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Higuamota

Drama en cinco cuadros: escrito en diversos metros

Patricio de la Escosura

 

Personas.

 

ANACAONA, cacique de Jaragua.

 

HIGUAMOTA, su hija.

 

FRANCISCO ROLDÁN, aventurero y alcalde mayor de la isla.

 

DON HERNANDO DE GUEVARA, caballero aventurero.

 

ADRIÁN DE MOGICA, caballero aventurero.

 

UN CAPITÁN, aventurero.

 

DON RODRIGO, aventurero.

 

MARTÍN, aventurero.

 

LOPE, aventurero.

 

SOLDADOS 1.º y 2.º

 

GUARIONÉS, cacique de la montaña.

 

CACIQUE 1.º y 2.º

 

UN INDIO.

 

UN CENTINELA.

 

AVENTUREROS, SOLDADOS, CACIQUES Y PUEBLO INDIO.

La escena en la Isla Española, en 1491.

Este Drama, que pertenece a la Galería Dramática, es propiedad del Editor de los teatros moderno, antiguo español y estrangero; quien perseguirá ante la ley al que le reimprima o represente en algún teatro del Reino, sin recibir para ello su autorización, según previene la Real orden inserta en la Gaceta de 8 de Mayor de 1837, relativa a la propiedad de las obras dramáticas.



 

Cuadro primero.

       

El teatro representa un bosque en las inmediaciones de Jaragua.

     

Escena primera.

     

GUEVARA, MOGICA.

     

GUEV.

 

Tal es, Adrián la fortuna

 
   

que vinimos a buscar:

 
   

oro poco; pelear;

 
   

y recompensa ninguna.

 
   

Todo a Colón importuna:

 
   

rebelde llama al valor;

 
   

escandaloso al amor;

 
   

enriqueciste, es usura;

 
   

pues si empobrecer, locura

 
   

callas, malo; hablas, peor.

 

MOG.

 

Fuego de Dios, ¡cuál te esplicas!

 
   

Y en suma dices verdad,

 
   

que él no atiende a calidad,

 
   

ni te escucha, si replicas.

 

GUEV.

 

¡Buen escuchar! -Entre picas

 
   

me hizo salir de Isabela.

 

MOG.

 

Mal rayo en la carabela

 
   

que le trajo hasta Española.

 
   

¿Piensa que somos de Angola,

 
   

o muchachos de la escuela?

 

GUEV.

 

Roldán, Roldán, que en su mano...

 

MOG.

 

Roldán es otro que tal.

 
   

Fue rebelde, ahora es leal,

 
   

y será siempre tirano.

 
   

Vendionos como un villano;

 
   

y él sólo movió la guerra,

 
   

la primera que esta tierra

 
   

hizo a Colón, y no en valde,

 
   

pues hoy, Hernando, es alcalde,

 
   

y por Colón nos aterra.

 

GUEV.

 

Sí; ya sé de su alcaldía.

 

MOG.

 

No empuña en vano la vara.

 

GUEV.

 

Podrá costarle muy cara

 
   

si conmigo su osadía...

 

MOG.

 

Cosas hay que estrañaría

 
   

más que verte en un encierro

 
   

si se empeña.

 

GUEV.

 

Su es de hierro

 
   

su corazón podrá ser.

 

MOG.

 

Pues cuenta debes tener,

 
   

porque mandó tu destierro.

 

GUEV.

 

Adrián Mogica, mi primo,

 
   

debe saber quién yo soy,

 
   

y que al destierro no voy

 
   

sino me falta este arrimo. (Empuñando.)

 

MOG.

 

Pues también cuánto le estimo

 
   

sabe Hernando de Guevara;

 
   

y que mi vida arriesgara

 
   

por su deudo y amistad.

 

GUEV.

 

Yo sé bien tu lealtad,

 
   

y de no, no te escuchara,

 
   

porque a esta nueva región,

 
   

los que en España nacimos,

 
   

mal parece que vinimos

 
   

a traer la religión.

 
   

Roldán se opuso a Colón,

 
   

mañana a Roldán Mogica...,

 
   

sangre española salpica

 
   

hasta el oro que nos ceba;

 
   

ni hay hombre ya que se mueva

 
   

sin el mosquete y la pica.

 

MOG.

 

Voto al diablo que es curioso

 
   

verte hacer el misionero.

 

GUEV.

 

Yo, primo, soy el primero

 
   

que me acuso de furioso.

 
   

Mancebo soy, orgulloso;

 
   

tengo sangre de alquitrán;

 
   

dos ojos negros me harán

 
   

dar el alma al enemigo...

 

MOG.

 

Ya Colón, como tu amigo,

 
   

se la arrebata a Satán.

 

GUEV.

 

Tal dice su tiranía:

 
   

disoluto me llamó

 
   

porque un quídam le contó

 
   

que a dos indias requería.

 
   

Y a la verdad que mentía.

 

MOG.

 

¡Tú una sola!

 

GUEV.

 

Si eran tres

 
   

por mi cuenta en sólo un mes;

 
   

y si me deja son cinco.

 

MOG.

 

Cuatro has perdido en el brinco:

 
   

mas tú tienes buenos pies.

 

GUEV.

 

¡Ay, Adrián, que más perdí!

 

MOG.

 

Si eran cinco y tienes una...

 

GUEV.

 

Que ya es mi bien, mi fortuna.

 

MOG.

 

Trescientas veces te oí

 
   

decir lo mismo, y así...

 

GUEV.

 

Amo, primo, y muy de veras.

 

MOG.

 

Por el tiempo que la quieras,

 
   

lo supongo.

 

GUEV.

 

Y por mi vida.

 

MOG.

 

No quisiera que medida

 
   

por ese amor la tuvieras.

 

GUEV.

 

Pues te engañas, por Dios vivo,

 
   

porque de veras la adoro;

 
   

es mi cielo, mi tesoro,

 
   

y yo su humilde cautivo.

 

MOG.

 

¿Y qué muger te halló esquivo?

 

GUEV.

 

Estás, primo, en un error:

 
   

digo que amo con furor.

 

MOG.

 

Y tú, Hernando, estás estraño.

 
   

¿Pues no era amor lo de antaño?

 

GUEV.

 

Era antojo, y no era amor.

 

MOG.

 

Por palabras disputamos.

 

GUEV.

 

Tú no alcanzas, ya lo veo,

 
   

lo que va de un galanteo

 
   

al sufrir de cuando amamos.

 
   

La dama que deseamos

 
   

es cebo que nos alienta;

 
   

fuente que a boca sedienta

 
   

convida con la frescura:

 
   

toca el labio su hermosura,

 
   

se humedece y se contenta.

 
   

Pero amor a una muger

 
   

convierte en Dios que se adora,

 
   

de quien con ruegos se implora

 
   

que nos deje padecer.

 
   

Desear sin pretender,

 
   

dar la vida, sin pedir

 
   

más que el triunfo de morir

 
   

por su dama, eso es amar;

 
   

que es difícil de esplicar,

 
   

más penoso de sentir.

 

MOG.

 

Tú a Juan de Mena leíste,

 
   

vive Dios, u otro coplero:

 
   

me has hallado a mí el primero,

 
   

y las coplas me dijiste.

 
   

Dígole que tendrá chiste

 
   

su retórica con ellas;

 
   

que el mentir de las estrellas...,

 
   

pero a mí, que sé sus mañas,

 
   

no me venga con patrañas,

 
   

buenas, digo con su bellas.

 

GUEV.

 

No en que me creas me empeño,

 
   

porque yo quien ama soy,

 
   

y muchas veces estoy

 
   

con mis dudas de si sueño.

 
   

No sé qué fatal beleño...

 

MOG.

 

Si hablas ya como un poeta:

 
   

a Dios tu pobre chaveta.

 

GUEV.

 

Ahí verás cómo me tiene.

 

MOG.

 

Veremos el mes que viene

 
   

lo que apunta la veleta.

 
   

Pero allí viene Roldán.

 

GUEV.

 

Nada digas de mi amor

 
   

delante de él...

 

MOG.

 

¡Qué! ¿Temor...?

 

GUEV.

 

Ni él, ni ciento me lo dan:

 
   

mas los amores están

 
   

mejor entre poca gente.

 

MOG.

 

También te has vuelto prudente.

 
   

Amor tienes milagroso.

 

GUEV.

 

El alcalde está orgulloso:

 
   

mucho levanta la frente.

 
       

Escena II.

     

GUEVARA, MOGICA, ROLDÁN. Salúdanse ceremoniosamente.

     

ROLD.

 

Mucho madrugan, señores.

 

MOG.

 

Y vos nos dais el ejemplo.

 

ROLD.

 

Aquí a mis anchas contemplo

 
   

la hermosura de las flores,

 
   

de ese bosque los verdores...

 

GUEV.

 

Inocente diversión.

 

ROLD.

 

A un honrado corazón

 
   

bastan, Guevara, las tales.

 
   

Otros dan a eternos males

 
   

con las suyas ocasión.

 

MOG.

 

Verdad es: y en Española

 
   

sobran ejemplos por Dios.

 

ROLD.

 

¿Tal creéis, Mogica vos?

 

GUEV.

 

Y su creencia no es sola.

 
   

Hay quien un día enarbola

 
   

el pendón de independencia;

 
   

y después...

 

ROLD.

 

Digo, en conciencia,

 
   

que es detestable morada.

 
   

(A GUEVARA.)

 
   

Dichoso vos: la jornada

 
   

vais a hacer...

 

GUEV.

 

¿Qué?

 

ROLD.

 

Su excelencia

 
   

manda que apreste un bajel

 
   

para serviros, Guevara:

 
   

honra es esta grande y rara

 
   

que no todos logran dél.

 
   

Dice también su papel

 
   

que se embarque...

 

GUEV.

 

¿Esta semana?

 

ROLD.

 

Colón, Hernando, lo quiere:

 
   

vos lo haréis de buena gana.

 

MOG.

 

Trata Colón como a esclavos

 
   

a los nobles de Castilla.

 

ROLD.

 

Iréis, Guevara, a Sevilla.

 

GUEV.

 

Faltan que atar muchos cabos,

 
   

y no iré.

 

MOG.

 

Tendrá cien bravos...

 

ROLD.

 

Que le sigan hasta España,

 
   

podrá ser. -Para esa hazaña

 
   

da permiso el almirante.

 

GUEV.

 

Si tal piensa que yo aguante,

 
   

voto a Cristo que se engaña.

 

ROLD.

 

No juréis, que está mal visto.

 

GUEV.

 

¿Así a un hidalgo destierra?

 

ROLD.

 

No, que os manda a vuestra tierra.

 

GUEV.

 

Otra vez os voto a Cristo

 
   

que no me iré.

 

ROLD.

 

Pues yo insisto,

 
   

Guevara, en que obedezcáis;

 
   

y sabré, si os obstináis,

 
   

mal que os pese haceros ir.

 
   

Es ya inútil el decir:

 
   

lo que importa es el que os vais.

 
   

(Vase. -GUEVARA empuña. -MOGICA le contiene.)

 
       

Escena III.

     

GUEVARA, MOGICA.

     

GUEV.

 

Deja, déjame, Mogica,

 
   

antes que el vil se me huya.

 

MOG.

 

¿Qué vas a hacer? ¿No conoces

 
   

que es, Hernando, una locura?

 
   

Cuando él osa amenazarte,

 
   

es que tiene quien le escuda.

 

GUEV.

 

¿Y quién podrá de mi brazo?

 

MOG.

 

Él de tu espada se burla.

 

GUEV.

 

Pues vive Dios que le haré

 
   

que la conozca desnuda.

 

MOG.

 

¿Y tú piensas que él querrá

 
   

contigo estar siempre en lucha?

 
   

Roldán pasa por valiente,

 
   

y lo es cuando le apuran,

 
   

pero descarga, si puede,

 
   

golpes a mano segura.

 

GUEV.

 

¿Y tú quieres que por eso

 
   

tolere humilde esta injuria?

 

MOG.

 

Lo que yo quiero, es que él solo

 
   

que pecó, la pena sufra,

 
   

y no castigue el alcalde

 
   

en ti de entrambos las culpas.

 
   

En el pasado motín

 
   

tuvo a Mogica en su ayuda;

 
   

bien sabe que el someterme,

 
   

más que temor, es astucia;

 
   

y temblando, que si un día

 
   

me ayudase la fortuna,

 
   

no he dejar sin castigo

 
   

al traidor que nos insulta;

 
   

cuantos amigos o deudos

 
   

llega a ver que se me juntan,

 
   

a tantos odio implacable

 
   

en el momento les jura.

 

GUEV.

 

¿Y qué he de hacer? ¿Someterme?

 

MOG.

 

Ganar tiempo, dar disculpas.

 

GUEV.

 

¿Y después?

 

MOG.

 

Cuando parciales

 
   

suficientes se reúnan,

 
   

lograr puedes tu venganza,

 
   

derramar su sangre impura.

 

GUEV.

 

Si yo su sangre derramo

 
   

ha de ser en buena lucha.

 

MOG.

 

Quien al tigre va de frente

 
   

deja la vida en sus uñas.

 

GUEV.

 

La mirada del león

 
   

no soporta aquella furia.

 

MOG.

 

Tú lo harás como quisieres,

 
   

pues que es inútil que arguya.

 

GUEV.

 

Primo, vengarme lo anhelo;

 
   

pero en mis venas circula

 
   

noble sangre, y no se aviene

 
   

su valor con tanta astucia.

 

MOG.

 

Yo del riesgo te advertí,

 
   

lo demás tú lo discurras.

 
   

Por tu deudo y por tu amigo

 
   

vida y espada son tuyas:

 
   

morir podemos entrambos

 
   

si mis avisos descuidas:

 
   

mas yo al menos, consolado

 
   

he de bajar a la tumba,

 
   

pues que he intentado salvarte

 
   

y tú perderte procuras. (Vase.)

 
       

Escena IV.

     

GUEVARA.

     
   

¡Ah! Poco me importara la partida

 
   

sin este amor que abraza el pecho mío.

 
   

Mas hoy sin la que adora, intolerable

 
   

fuera para Guevara el cielo mismo.

 
   

(Quédase meditabundo.)

 
       

Escena V.

     

DICHO, HIGUAMOTA.

     

(Al ver a GUEVARA hace un ademán de alegría, y va a hablarle; pero súbitamente se detiene avergonzada. -GUEVARA la ve.)

     

GUEV.

 

¡Higuamota! ¿Tú aquí?

 

HIGUA.

 

Yo soy, Hernando.

 

GUEV.

 

Habla: ¿eres tú, Higuamota?, ¿no deliro?

 
   

¿cuál numen, di, te trajo a mi presencia,

 
   

cuando no verte más es mi destino?

 

HIGUA.

 

(Turbada.)

 
   

Salí..., español..., mi madre..., los soldados...,

 
   

vine a buscar... No sé: no sé qué digo.

 

GUEV.

 

¿Ángel de paz, qué temes? Si encontrarme

 
   

pudo estorbarte acaso en tus designios,

 
   

a Dios, que ya te dejo.

 

HIGUA.

 

No te vayas.

 

GUEV.

 

Mi presencia tal vez...

 

HIGUA.

 

Por ti he venido.

 

GUEV.

 

¿Qué dices, Higuamota?, ¿tú no sabes

 
   

que esa palabra tuya a mi martirio

 
   

faltaba nada más?

 

HIGUA.

 

Pues yo, enojarte

 
   

nunca, Hernando, pensé.

 

GUEV.

 

Ni tal he dicho.

 
   

Verte es vivir: más grato no es al prado

 
   

ni a las tempranas flores el rocío

 
   

que al corazón de Hernando tu presencia.

 
   

¿Que te adoro, en mis ojos no has leído?

 
   

Tal vez no me comprendes, tú que apenas

 
   

saliste de la mano del Altísimo.

 
   

¿Tú qué sabes de amor, niña inocente,

 
   

ni cómo has de seguirme en mi delirio?

 
   

Mira, Higuamota: triste cuando ausente,

 
   

enagenado estoy cuando te miro.

 
   

Si alzo los ojos, suplicando al cielo,

 
   

en medio de los astros te diviso:

 
   

tu imagen adorada me repite

 
   

también el arroyuelo cristalino.

 
   

Siempre pensando en ti, cuando despierto;

 
   

soñando mi ventura, si dormido:

 
   

la vida, es Higuamota para Hernando;

 
   

sin ella es un infierno el paraíso.

 
   

¿No me escuchas, mi bien, no me respondes?

 
   

¿Lo que pasa por mí no has comprendido?

 

HIGUA.

 

Bien te comprendo, Hernando.

 

GUEV.

 

Pues entonces

 
   

¿por qué no poner término al suplicio?

 

HIGUA.

 

¿Por qué, español, me engañas?

 

GUEV.

 

¿Yo engañarte?

 

HIGUA.

 

Sí, me engañas, Guevara. -Aunque he nacido

 
   

en medio de estos, hoy vuestros esclavos,

 
   

no ha mucho libres, venturosos indios,

 
   

ya sé que entre vosotros los de Europa,

 
   

engañar a una triste no es delito;

 
   

sé que a nosotras nos miráis, Guevara,

 
   

como esclavas no más; sé que a ti mismo

 
   

las palabras de amor, los juramentos,

 
   

para otras indias mil, ya te han servido.

 
   

Deja, deja a Higuamota su sosiego;

 
   

ni quieras que te sirva de ludibrio.

 

GUEV.

 

¡Higuamota, piedad!, sino pagado,

 
   

logre mi amor al menos ser creído.

 

HIGUA.

 

El que engañó una vez...

 

GUEV.

 

Mas fue a mugeres,

 
   

no a ti que has cautivado su albedrío,

 
   

no a ti que eres un ángel en la tierra,

 
   

no a ti que de hermosura eres prodigio.

 
   

¡Ah!, lo confieso, sí: mentí mil veces,

 
   

mentí el amor: ya sufro su castigo.

 
   

De ti, que eres más pura que ese cielo

 
   

que envidiándote está, yo soy indigno;

 
   

mas te juro por él, que te idolatro

 
   

desde el primer instante en que te he visto;

 
   

que tú serás mi bien, o mi tormento,

 
   

basta exhalar el postrimer suspiro.

 

HIGUA.

 

Tú vas a España: allí hallarás beldades;

 
   

y a la india darás pronto al olvido.

 

GUEV.

 

No, Higuamota, no voy a España: no.

 
   

De aquí no he de partir.

 

HIGUA.

 

Roldán lo ha dicho.

 

GUEV.

 

¡Roldán!, ¿y qué me importa?

 

HIGUA.

 

El almirante...

 

GUEV.

 

Escúchame, Higuamota: si consigo

 
   

que de mi amor piedad tengas al menos,

 
   

cuantos son en el mundo reunidos

 
   

no harán que yo me ausente de Jaragua.

 

HIGUA.

 

¿Y no temes?

 

GUEV.

 

¿Por qué? -Mi espada el filo

 
   

conserva aún, aliento no me falta...

 

HIGUA.

 

A la garganta tienes el cuchillo:

 
   

Roldán manda soldados; te aborrece;

 
   

tardar es arrojarte al precipicio.

 
   

Parte: vuelve a tu patria: sé dichoso.

 
   

¡Pluguiera a Dios no haberte conocido!

 

GUEV.

 

¡Partir!, ahora partir, cuando ese llanto

 
   

le debo a tu piedad, ídolo mío!

 
   

No lo esperes: jamás; ya no te dejo.

 

HIGUA.

 

Huye, Hernando infeliz, que estás perdido.

 
   

Roldán, ese Roldán que yo detesto,

 
   

no ha mucho que a mi madre se lo dijo:

 
   

-«Guevara va a embarcarse: si resiste,

 
   

su muerte a otros rebeldes será aviso».

 
   

Cien soldados entraron en Jaragua,

 
   

todos son de Roldán, y a un solo grito

 
   

te cercan, te encadenan, te dan muerte...

 
   

Vas a huir, sí, Guevara; y ahora mismo.

 

GUEV.

 

Antes morir que medie entre nosotros

 
   

la insondable estensión del mar bravío.

 

HIGUA.

 

Pues bien: deja estos sitios solamente,

 
   

y en los cercanos montes busca asilo.

 

GUEV.

 

No sabes lo que dices, Higuamota:

 
   

Guevara nunca huyó de su enemigo.

 

HIGUA.

 

No es uno el que yo temo, sino muchos.

 

GUEV.

 

No huyera aun cuando fueran infinitos.

 

HIGUA.

 

Te lo ruega Higuamota: ¡parte, Hernando!

 

GUEV.

 

¿Cuál premio he de esperar del sacrificio?

 
   

¿Que responda a mi amor con injuriarme,

 
   

y que me diga Higuamota que he mentido?

 

HIGUA.

 

¡Huye, por Dios! El tiempo que te tardas

 
   

acortas a tu vida.

 

GUEV.

 

Lo repito:

 
   

podré morir, mas moriré lidiando.

 

HIGUA.

 

Y al espirar, espiraré contigo.

 

(Arrebatado GUEVARA pasa una mano por la cintura de HIGUAMOTA).

     

GUEV.

 

¿Con que me amas, mi bien! A nadie temo.

 
   

Vuelve, vuelve otra vez a repetirlo,

 
   

que el eco suave de tu voz sonora

 
   

me pruebe que eres tú, que no deliro.

 

HIGUA.

 

¡Hernando!, sí: yo te amo.

 

GUEV.

 

¡Mi Higuamota!

 
   

¿Quién más que yo feliz?

 

HIGUA.

 

¡Hernando mío!

 
   

Y ahora, ¿salvarás entrambas vidas?

 

GUEV.

 

Manda: dispón de mí; soy tu cautivo.

 

HIGUA.

 

Parte, pues.

 

GUEV.

 

Mas no a Europa.

 

HIGUA.

 

A las montañas.

 

GUEV.

 

Lo quieres, Higuamota: no resisto.

 
   

¿Mas no he de verte?

 

HIGUA.

 

Sí; pronto: lo espero.

 
   

Colón es de mi madre grande amigo:

 
   

él sabe que por ella en nuestras tierras

 
   

fueron los españoles recibidos:

 
   

tendrá en cuenta también que de un cacique

 
   

soy hija; sí, Guevara; y en auxilio

 
   

vendrá de Anacaona y de Higuamota

 
   

cuanto queda de ilustre entre los indios.

 

GUEV.

 

Mas tu madre tal vez...

 

HIGUA.

 

Ella me adora;

 
   

la diré que me amas..., ven conmigo:

 
   

se lo dirás también: de Anacaona

 
   

será indulgente el maternal cariño.

 
   

Tal vez mi madre en su prudencia encuentre

 
   

para salvarte, Hernando, algún arbitrio.

 
   

Volemos a su amparo: que ella sepa

 
   

que eres mi amado tú, que eres su hijo.

 

GUEV.

 

Tan niña, tan hermosa y tan discreta

 
   

no adorarte, mi bien, fuera prodigio.

 

HIGUA.

 

Hernando, el tiempo vuela.

 

GUEV.

 

Sí; a tu lado

 
   

instantes a Guevara son los siglos.

 
   

¡Ah!, déjame gozar de mi ventura

 
   

teniendo sólo al cielo por testigo.

 
   

Vuelve a decir que me amas, Higuamota;

 
   

apenas sé, mi vida, si lo has dicho.

 

HIGUA.

 

¡Si te amo! Hasta pisar nuestras riberas

 
   

tu planta, Hernando, casi no he vivido.

 
   

El caracol pintado entre la arena

 
   

buscaba cuidadosa. Áspero risco

 
   

trepé con infantil ansia dichosa

 
   

por sorprender al pájaro en su nido.

 
   

Visitar el arroyo y en la fuente

 
   

contemplar cómo nada el pececillo,

 
   

era mi solo afán durante el día.

 
   

Nunca el dulce dormir fue interrumpido;

 
   

y despuntar al sol en el oriente

 
   

en brazos de mi madre siempre he visto.

 
   

Viniste tú después..., si me adivinas,

 
   

¿para qué, Hernando mío, he de decirlo?

 

GUEV.

 

¿Me juras, Higuamota, que por siempre

 
   

he de ser dueño yo de tanto hechizo?

 

HIGUA.

 

¿Lo dudas? ¿Puede amarse por dos veces?

 
   

Hernando, a otras mugeres has querido.

 

GUEV.

 

¡Higuamota, Higuamota, yo te adoro!

 

HIGUA.

 

Mas antes... Si me olvidas...

 

GUEV.

 

Mi destino

 
   

es vivir para ti: por tu amor solo:

 
   

moriré si lo dudas.

 

HIGUA.

 

¡Cuán impío

 
   

fueras en engañarme...! No es posible.

 

GUEV.

 

Jura tú por Dios, yo por el mío,

 
   

que de hoy más y con un lazo indisoluble

 
   

Higuamota y Hernando están unidos.

 

HIGUA.

 

¡Cielos, Roldán aquí! , vámonos luego.

 

GUEV.

 

No temas, Higuamota: estás conmigo.

 

HIGUA.

 

Disimula tu enojo, y no que a entrambos

 
   

la cuchilla herirá des al olvido.

 
       

Escena VI.

     

DICHOS. ROLDÁN y SOLDADOS.

     

(GUEVARA altanero, ROLDÁN rencoroso y disimulado, HIGUAMOTA temerosa y turbada.)

     

ROLD.

 

(Ap.) ¡Cómo! ¡Higuamota aquí! -Señor Guevara,

 
   

supongo ya encontraros más sumiso.

 
   

Vengo de hacer cumplir del almirante

 
   

las leyes, a españoles muy altivos,

 
   

esperanza, tal vez, de otros rebeldes,

 
   

y aliento de imprudentes a designios.

 
   

Ojeda, el temerario aventurero,

 
   

de España y con su escuadra propia vino

 
   

a turbar a Colón: salí a su encuentro,

 
   

y en breve a regresar le he reducido.

 
   

Con él podéis partir.

 

(GUEVARA va a responder furioso: una mirada de HIGUAMOTA le contiene.)

     

GUEV.

 

¿Y cuándo parte?

 

ROLD.

 

De la playa mañana: de aquí hoy mismo.

 

GUEV.

 

Iré con él.

 

ROLD.

 

Haréis tan cuerdamente

 
   

como siempre esperé de vuestro juicio.

 

GUEV.

 

Basta, Roldán: os digo que a Jaragua

 
   

voy a dejar: por eso no os permito

 
   

que olvidéis quién yo soy.

 

ROLD.

 

A mí me basta

 
   

que Colón sea por vos obedecido,

 
   

y pésame en verdad ser instrumento...

 

HIGUA.

 

Roldán, ¿nuevos soldados no habéis visto?

 
   

Guevara, Anacaona quiere veros.

 

GUEV.

 

Yo soy.

 

ROLD.

 

Y yo también; marchad, que os sigo.

 
   

(Salen HIGUAMOTA y GUEVARA.)

 

ROLD.

 

(Al gefe de los soldados.)

 
   

Si al trasponer el sol está en Jaragua,

 
   

que no viva mañana: ya lo he dicho.

 



 

Cuadro segundo.

       

La escena es en Jaragua. -Lo interior de la casa de Anacaona, habitación rústica.

     

Escena primera.

     

HIGUAMOTA sentada y llorando. ANACAONA a su lado en pie.

     

ANAC.

 

Enjuga tu llanto,

 
   

mi amada Higuamota:

 
   

¿no estás con tu madre,

 
   

que tierna te adora?

 

HIGUA.

 

¡Madre de mi vida,

 
   

la pena me ahoga!

 

ANAC.

 

¡Hija de mis ojos!

 

HIGUA.

 

¡Si fuera su esposa...!

 

ANAC.

 

Seraslo, mi hechizo:

 
   

tu madre te apoya,

 
   

Colón generoso

 
   

los yerros perdona;

 
   

nunca vanamente

 
   

su gracia se implora.

 

HIGUA.

 

Roldán implacable...

 

ANAC.

 

Roldán, ¿qué te importa?

 

HIGUA.

 

¡Ah!, que es poderoso;

 
   

Guevara le estorba;

 
   

me aterra su ceño

 
   

y tiemblo sus obras.

 

ANAC.

 

¡Pobrecita mía,

 
   

te asusta tu sombra!

 
   

¿Qué temes? -Seguro

 
   

le tienes ahora.

 

HIGUA.

 

¿Seguro, mi madre...?

 

ANAC.

 

No temas que rompa

 
   

Roldán de los montes

 
   

la valla riscosa.

 

HIGUA.

 

¿Codicia y venganza

 
   

qué temen, señora?

 
   

Ni el rayo de España

 
   

los indios soportan.

 
   

¡Ay madre! Os he visto

 
   

reinar aquí sola,

 
   

y el yugo estrangero

 
   

pesado os agobia.

 
   

Mi padre, cacique,

 
   

¡oh cruda memoria!,

 
   

murió entre cadenas...

 

ANAC.

 

¡Por Dios, Higuamota!

 

HIGUA.

 

Habéis perdonado:

 
   

¡sois tan generosa!

 
   

También vuestra hija

 
   

olvida y perdona...,

 
   

¡oh, más!, que a las plantas

 
   

del mismo se postra

 
   

que puso los hierros

 
   

en manos que adora.

 
   

Y más: del cacique

 
   

la hija es apóstata;

 
   

sí, madre del alma,

 
   

su Dios abandona,

 
   

se entrega al de un hombre

 
   

que el alma le roba.

 

ANAC.

 

Y bien: ¿al destino

 
   

qué haremos nosotras?

 
   

Su mano de hierro

 
   

cayó rigorosa,

 
   

y hundió del caribe

 
   

poder y corona.

 
   

Por siglos y siglos,

 
   

ocultos de Europa,

 
   

vivimos tranquilos

 
   

merced a las olas.

 
   

Colón a los mares

 
   

altivo se arroja;

 
   

su esfuerza indomable

 
   

los vence, los doma...

 
   

¿Podrán dos mugeres

 
   

con lágrimas solas

 
   

luchar con gigantes

 
   

que cedros encorvan?

 
   

El brazo es inútil,

 
   

las flechas se embotan:

 
   

Haití es para siempre

 
   

la isla española.

 

HIGUA.

 

¡Si al menos tranquila,

 
   

ya que ignominiosa,

 
   

fuera nuestra suerte...!

 
   

Mas no: la discordia

 
   

de nuestros señores

 
   

cruel nos azota.

 
   

Roldán, y no ha mucho,

 
   

el que ahora blasona

 
   

de recto y severo,

 
   

alzó la ominosa

 
   

bandera rebelde;

 
   

mas hoy no soporta

 
   

a Hernando en partirse

 
   

pequeña demora.

 
   

Y es fuerza que el monte

 
   

de un hombre le esconda,

 
   

que acaso temblara

 
   

hallándole a solas.

 
   

La muerte termine

 
   

mi vida espantosa.

 

ANAC.

 

¡Hija!

 

HIGUA.

 

¡Madre mía!

 

ANAC.

 

¡Triste Anacaona,

 
   

de tu nacimiento

 
   

funesta la hora!

 
   

Perdiste un esposo,

 
   

con él la corona,

 
   

no te ama tu hija...

 

HIGUA.

 

¡Perdón!, ¡estoy loca!

 

ANAC.

 

Pues bien; yo no lo olvido:

 
   

tu pena reporta.

 
   

Ven acá, mi vida;

 
   

consuélate, llora.

 
   

Desde que naciste,

 
   

mi amada Higuamota,

 
   

enjuga tu llanto

 
   

el seno que agobias.

 
   

Me dices que a Hernando

 
   

frenética adoras:

 
   

también a tu padre

 
   

amaba tu esposa.

 
   

Y él era Caonabo;

 
   

la fama pregona

 
   

sus hechos, su nombre,

 
   

sus triunfos, su gloria.

 
   

Le amé..., ni la tumba

 
   

del alma le borra;

 
   

pues tal vez ofendo

 
   

su pálida sombra,

 
   

dándole al olvido

 
   

por ti, cuando lloras.

 

HIGUA.

 

¿Y yo no te pago?

 

ANAC.

 

Ni aun sabes qué cosa

 
   

es amor de madre,

 
   

que nunca se agota.

 
   

Tu madre te amaba

 
   

antes, hija hermosa,

 
   

que al mundo vinieras.

 
   

¡Ay!, cuántas congojas

 
   

deben a sus madres

 
   

los hijos ignoran.

 
   

Cuando tú los tengas

 
   

tal vez lo conozcas.

 

HIGUA.

 

No te soy ingrata.

 

ANAC.

 

Eres, como todas,

 
   

como fui yo misma.

 

(Roldán abre la puerta.)

     
   

¡Roldán a estas horas!

 
       

Escena II.

     

ANACAONA, HIGUAMOTA, ROLDÁN.

     

ROLD.

 

(Ap.) ¡Llorando está por Guevara!

 
   

Guárdeos Dios, Anacaona:

 
   

si yo estorbaros pensara...,

 
   

si a Higuamota desazona

 
   

mi presencia...

 

ANAC.

 

Nos es cara

 
   

la de amigos de Colón,

 
   

señor Roldán.

 

ROLD.

 

¿Y ese llanto!

 

ANAC.

 

Para una niña, ocasión

 
   

no falta nunca al quebranto.

 
   

Tuvo un sueño.

 

ROLD.

 

¡Qué aflicción!

 
   

¿Tanto con vos puede un sueño!

 

HIGUA.

 

Terrible noche, terrible.

 

ANAC.

 

Dejadla ya.

 

ROLD.

 

Tengo empeño

 
   

en saberlo, si es posible.

 
   

¡Válate Dios y qué ceño!

 

ANAC.

 

Higuamota no está ahora,

 
   

señor Roldán, para hablar.

 
   

Ya estáis mirando que llora.

 
   

Marcharase a sosegar,

 
   

si dais licencia...

 

ROLD.

 

¡Señora!

 

(Abrázanse madre e hija; vase esta.)

     
       

Escena III.

     

ANACAONA y ROLDÁN.

     

ROLD.

 

Sois tierna madre, por Dios;

 
   

y la hija lo merece:

 
   

sólo a sueños, me parece,

 
   

que sois muy dadas las dos.

 

ANAC.

 

No entiendo lo que decís.

 

ROLD.

 

Pues me esplico claramente,

 
   

y vos sois la que dormís.

 

ANAC.

 

De la hija de un cacique

 
   

conviene hablar con respeto.

 

ROLD.

 

Yo respetarla prometo;

 
   

pero dejad que me esplique.

 
   

Si cuando al llanto que vi

 
   

por causa un sueño le disteis,

 
   

engañarme presumisteis:

 
   

me conocéis poco a mí.

 
   

Mas si a vos, Anacaona,

 
   

os engaña vuestra hija,

 
   

razón sera, aunque os aflija,

 
   

que quien de franco blasona

 
   

descubra el pérfido engaño.

 

ANAC.

 

Perdonad: entre hija y madre,

 
   

alguna vez entra un padre,

 
   

pero jamás un estraño.

 

ROLD.

 

Tan estraño no es Roldán,

 
   

que al fin la tierra gobierna;

 
   

su poder, su amistad tierna

 
   

algún derecho le dan.

 

ANAC.

 

Nunca negué al almirante,

 
   

ni a los suyos, cosa alguna:

 
   

cuando me dio la fortuna,

 
   

lo cedí de buen talante;

 
   

pero tened entendido

 
   

que si el cetro no defiendo,

 
   

reinar en mi casa entiendo...

 

ROLD.

 

Vos no me habéis comprendido.

 

ANAC.

 

Decid pues.

 

ROLD.

 

Vuestra Higuamota

 
   

ama a Hernando de Guevara.

 

ANAC.

 

Ya partió.

 

ROLD.

 

Mas si tornara...

 

ANAC.

 

Tiene madre.

 

ROLD.

 

Bien se nota

 
   

del mancebo el artificio.

 
   

Diestro anduvo por quien soy:

 
   

casi, casi a punto estoy

 
   

de dudar de vuestro juicio.

 

ANAC.

 

Cuando mi hija fuera esposa

 
   

de ese mancebo esforzado...

 

ROLD.

 

Fuera mirarle casado,

 
   

vive Dios, estraña cosa.

 
   

Ese Hernando, tan galán,

 
   

tiene de damas un ciento;

 
   

burlarlas es su contento,

 
   

y deshonrarlas su afán.

 
   

Preguntad en Isabela

 
   

a cuántas indias engaña;

 
   

pues, por Cristo, que en España

 
   

es su vida una novela.

 
   

¿No sabéis de su destierro,

 
   

por ventura, la ocasión?

 
   

La clemencia de Colón

 
   

agotó con tanto yerro.

 

ANAC.

 

Colón, a quien se arrepiente,

 
   

bien sabéis que le perdona.

 

ROLD.

 

Paso, paso, Anacaona,

 
   

no despertéis la serpiente.

 
   

Ese Guevara es infame.

 

ANAC.

 

¿Por qué al ausente injuriáis?

 

ROLD.

 

Cuanto más le defendáis,

 
   

haréis que tanto me inflame;

 
   

y no creyera, a no oírlo,

 
   

que una madre...

 

ANAC.

 

Basta ya,

 
   

que me ofendéis, y será

 
   

mucha paciencia el sufrirlo.

 

ROLD.

 

(Reprimiendo su cólera, y afectando tranquilidad.)

 
   

Mi amistad, tal vez, se escede:

 
   

perdonadme, soy violento.

 
   

Por Higuamota lo siento.

 

ANAC.

 

Pues no temáis.

 

ROLD.

 

Si se puede

 
   

poner al mal un remedio,

 
   

¿por qué negarse a escuchar

 
   

mis consejos? -Rehusar

 
   

bien podéis después el medio.

 

ANAC.

 

Aún somos libres: lo sé.

 

ROLD.

 

Pues entonces...

 

ANAC.

 

Os escucho.

 

ROLD.

 

No interrumpáis, que no mucho,

 
   

aunque importante, diré.

 
   

Dejó Guevara a Española;

 
   

¿y está Higuamota segura?,

 
   

¿es de Hernando, por ventura,

 
   

la persona escelsa sola?

 
   

Niña inocente y tan bella

 
   

que vive entre aventureros,

 
   

es el búcaro entre aceros:

 
   

tarde o temprano se estrella.

 
   

Colón es hoy almirante,

 
   

puede mañana no serlo:

 
   

si Hernando llegase a verlo

 
   

sin poder, vuelve al instante.

 
   

Y aunque no vuelva, pensad,

 
   

si otro gobierna esta tierra,

 
   

que puede hacerse la guerra

 
   

con mucha menos piedad.

 
   

¿Me entendéis? -Vuestra existencia

 
   

pende tal vez de un cabello.

 
   

Cuanto más penséis en ello,

 
   

más hallaréis mi evidencia.

 
   

Pero un áncora tenéis

 
   

a que asiros, y es segura:

 
   

consultad vuestra cordura,

 
   

y mirad qué respondéis.

 
   

Roldán, alcalde mayor,

 
   

por prudente conocido,

 
   

y al mismo tiempo temido

 
   

por su fuerza y su valor,

 
   

Roldán, a quien Colón trata

 
   

con estraña cortesía,

 
   

ama a Higuamota; sería

 
   

poco cuerda en ser ingrata.

 
   

Vine a ofrecerla mi mano,

 
   

respeté su desconsuelo,

 
   

que esclavo soy de su cielo

 
   

que venero soberano.

 
   

No me respondáis ahora,

 
   

al rayar el nuevo día

 
   

mi diréis la suerte mía,

 
   

sabréis la vuestra, señora. (Vase.)

 
       

Escena IV.

     

ANACAONA.

     
   

¡Ah Roldán!, te has descubierto.

 
   

Pobre Higuamota del alma;

 
   

se acabó tu dulce calma.

 
   

¿Por qué en la cuna no has muerto?

 
   

Cuando naciste, hija mía,

 
   

para reinar destinada,

 
   

¿quién que a mirarte ultrajada

 
   

llegar pudieras, diría!

 
       

Escena V.

     

GUEVARA, vestido como los soldados de Roldán. ANACAONA.

     

GUEV.

 

Respiro en fin.

 

ANAC.

 

¡Guevara! Temerario,

 
   

¿qué vienes a buscar?, ¿segura muerte?

 

GUEV.

 

No temas: el disfraz de un mercenario

 
   

de los que siguen de Roldán la suerte

 
   

me encubre, Anacaona; y no muy tarde

 
   

vendrán mis compañeros.

 

ANAC.

 

¿Y si a verte

 
   

llegan en tanto?

 

GUEV.

 

¡Cómo! ¿Tú cobarde?

 

ANAC.

 

Por ti, por Higuamota sólo temo.

 

GUEV.

 

¿Y dónde está mi bien? El pecho se arde...

 

ANAC.

 

¿Por qué viniste, dime?, ¿a tal estremo

 
   

qué pudo conducirte?

 

GUEV.

 

¡Qué! Por verla.

 
   

No sabes tú la llama en que me quemo.

 

ANAC.

 

¡Tanto amor, y te espones a perderla!

 
   

¿Sabes, di, que Roldán...?

 

GUEV.

 

Por eso vengo:

 
   

sé que su necio intento es poseerla.

 
   

Se olvida de que espada y brazo tengo.

 

ANAC.

 

¿Cómo supiste tú, si en el instante...?

 

GUEV.

 

Lo adiviné. -Los zelos ven muy luengo.

 
   

El bárbaro persigue en mí al amante,

 
   

al rival venturoso; su castigo

 
   

pronto será, y terrible.

 

ANAC.

 

Delirante

 
   

vienes, Hernando.

 

GUEV.

 

No: sé lo que digo.

 
   

Te he dicho que vendrán mis compañeros;

 
   

Mogica los conduce: tú testigo

 
   

serás de la venganza.

 

ANAC.

 

Voy a veros

 
   

a todos perecer; y en la hija mía,

 
   

en mí también, claváis vuestros aceros.

 

GUEV.

 

¿Pensáis que vuestro mal consentiría?

 

ANAC.

 

Ultrajando a Colón, en la persona

 
   

que aquí le representa, un solo día

 
   

no vivirás seguro.

 

GUEV.

 

Anacaona,

 
   

te he dicho que sin ella no respiro;

 
   

te digo que recobras tu corona.

 
   

Me llamaste tu hijo: si te inspiro,

 
   

por mi amor a Higuamota, confianza,

 
   

no me preguntes más.

 

ANAC.

 

¿Sueño, o deliro?

 
   

Imprudente mancebo, ¿de tu danza

 
   

piensas que llega al punto que tu aliento

 
   

la fuerza incontrastable, la pujanza?

 

GUEV.

 

Pienso que es insufrible mi tormento.

 
       

Escena VI.

     

DICHOS e HIGUAMOTA.

     

HIGUA.

 

No está Roldán. -¡Guevara!

 

GUEV.

 

Sí, bien mío.

 

HIGUA.

 

Te vuelvo a ver: renace mi contento.

 

ANAC.

 

(A GUEV.) ¿Y serás a su amor también impío?

 

HIGUA.

 

¿Qué dices, madre mía?

 

ANAC.

 

Que en el mundo

 
   

no hay hombre más ingrato: su albedrío

 
   

no se rinde a razón: ni mi profundo,

 
   

mi insufrible dolor tampoco escucha.

 
   

Quiere mancharse con borrón inmundo,

 
   

rebelde ser...

 

GUEV.

 

Te engañas: a la lucha

 
   

soy provocado yo.

 

ANAC.

 

Tener conviene

 
   

mucha virtud, cuando la afrenta es mucha.

 

HIGUA.

 

Hernando es vuestro hijo: se previene

 
   

a renunciar su intento. Yo le imploro,

 
   

y lo hará..., pero calla; se detiene...

 

GUEV.

 

Higuamota, mi bien, ciego te adoro.

 

HIGUA.

 

Será: mas lo que pido estás negando;

 
   

mal puedo conocerlo.

 

GUEV.

 

¿Mi tesoro!

 
   

¿Sabes lo que pretendes? -Renunciando

 
   

a romper de una vez nuestras cadenas,

 
   

por siempre triunfa el contrapuesto bando.

 
   

Largos años el fin de tantas penas

 
   

será, esperar acaso tu destino;

 
   

mi voluntad es tuya: las agenas...

 

HIGUA.

 

Contenta estoy, si a la virtud te inclino.

 
   

Deja tú a los demás.

 

GUEV.

 

Di mi palabra.

 
   

¿Qué se dirá, Higuamota, si declino?

 

ANAC.

 

No el crimen para ti sus puertas abra.

 

HIGUA.

 

¡No me amas ya!

 

GUEV.

 

Higuamota, ¿qué me pides?

 

ANAC.

 

Roca serás si tanto en ti no labra.

 

GUEV.

 

Higuamota, mi bien, ¿tú me despides?

 

HIGUA.

 

¡Cómo!, ¿qué dices?

 

GUEV.

 

Quiere que me vaya.

 
   

Me iré, pues mi partida tú decides.

 

HIGUA.

 

¡Madre! -No he dicho tal.

 

ANAC.

 

¡Ah! Ten a raya

 
   

tu indiscreta pasión; que si no parte,

 
   

si el temerario intento al fin ensaya,

 
   

morirá, sí, Higuamota; y tú culparte

 
   

de su muerte podrás.

 

HIGUA.

 

No te detengas.

 

GUEV.

 

¡Ingrata!

 

HIGUA.

 

¡Tú morir! -Antes dejarte.

 
   

Yo viviré llorando hasta que vengas;

 
   

sino te vuelvo a ver mientras vivamos,

 
   

no por eso temor, amado, tengas;

 
   

que en la región a que en muriendo vamos

 
   

querrá, a lo menos, la bondad divina

 
   

que al fin de tantas penas nos unamos.

 

GUEV.

 

Roldán se salva de inminente ruina:

 
   

renuncio a la ambición y la venganza;

 
   

tu celeste virtud, amada, inclina

 
   

al bien de mis destinos la balanza.

 

ANAC.

 

Ya conozco al Hernando generoso.

 

GUEV.

 

Un premio me darás por mi templanza,

 
   

un premio que me hará llamar dichoso.

 

ANAC.

 

¿Qué pedirás, amado de Higuamota,

 
   

que te pueda negar?

 

GUEV.

 

Un don precioso.

 
   

Voy a emprender al monte mi derrota;

 
   

si me es dado esperar días serenos,

 
   

alguna vez la valla ha de ver rota

 
   

que media entre los dos: lleve yo al menos

 
   

bálsamo que me aliente en mi amargura;

 
   

sepa que sus encantos nunca agenos

 
   

serán; que nunca dueño a su hermosura

 
   

darás fuera de Hernando, y aunque oscuro,

 
   

el porvenir veré de mi ventura.

 

HIGUA.

 

Sí; por el astro Rey yo te lo juro,

 
   

Hernando, de mi madre en la presencia:

 
   

te guardaré mi amor ardiente y puro;

 
   

tuya seré, mi bien, en la existencia;

 
   

tuya también después en otra vida.

 

GUEV.

 

Por mi honor, por mi ley, por mi conciencia

 
   

te juro eterno amor, prenda querida.

 

(Tomando a HIGUAMOTA de la mano, se postran ambos los pies de ANACAONA.)

     
   

Recíbeme por hijo, y de tu mano,

 
   

Higuamota, por siempre a Hernando unida,

 
   

en mí tendrá un esposo, un tierno hermano.

 

ANAC.

 

Hijos del alma, sí, que el Dios clemente

 
   

que dio la vida al indio y al cristiano,

 
   

su espíritu repose en vuestra frente.

 
   

Venid, venid los dos entre mis brazos;

 
   

y hagan vuestra ventura eternamente

 
   

de puro y casto amor los dulces lazos.

 
   

Vive la flor que blando el viento agita;

 
   

el huracán la rompe en mil pedazos,

 
   

y el sol a descubierto la marchita.

 
   

Pensad que es el amor en los esposos

 
   

flor que al perderse la esperanza quita;

 
   

conservadla, y seréis siempre dichosos.

 
       

Escena VII.

     

DICHOS, ROLDÁN y SOLDADOS.

     

ROLD.

 

Prendedle.

 

HIGUA.

 

No le matéis.

 

GUEV.

 

Llega a prenderme, Roldán.

 

ANAC.

 

(Ap.) Perdidos ambos están.

 

ROLD.

 

¡Ah!, se resiste. (Señala a los SOLDADOS.)

 

ANAC.

 

(Interponiéndose.) ¿Qué hacéis!

 
   

¡Roldán, pues tanto rigor!

 

ROLD.

 

Es justicia. -Que a esta vara,

 
   

resistiéndose Guevara,

 
   

insulta al rey.

 

GUEV.

 

¡Impostor!

 

ROLD.

 

Rinde las armas, Hernando:

 
   

no injuries al que es tu dueño.

 
   

Higuamota, vuestro sueño

 
   

voy poco a poco aclarando.

 

HIGUA.

 

¡Compasión!

 

ROLD.

 

Yo la tendré.

 

GUEV.

 

¿Tú le ruegas?

 

HIGUA.

 

Por tu vida.

 

GUEV.

 

No la tengo tan perdida,

 
   

y muy cara la daré.

 

ANAC.

 

(Separándose con ROLDÁN.)

 
   

Roldán, Hernando a partir

 
   

dispuesto estaba.

 

ROLD.

 

Sí creo.

 
   

Ya se fue; y aquí le veo.

 

ANAC.

 

¿Queréis hacerle morir?

 

ROLD.

 

No seré tan inhumano;

 
   

le embarcaré para España;

 
   

pero burlarme..., se engaña:

 
   

por esta vez lucha en vano.

 

ANAC.

 

¿Si yo os empeño mi fe

 
   

de que parta en el instante?

 

ROLD.

 

Es de Higuamota el amante,

 
   

y que sois su madre sé.

 
   

¿Os engañó Anacaona

 
   

alguna vez, por ventura?

 

ROLD.

 

¿Y si os vence la ternura?

 
   

Yo tengo aquí su persona,

 
   

y fuera en verdad delirio

 
   

confiarme a la tortura.

 

ANAC.

 

¿No escucháis razón ninguna?

 

ROLD.

 

Basta, basta de martirio.

 

ANAC.

 

Pues bien, prendedle, matadle;

 
   

pagaréis un crimen más.

 

ROLD.

 

¡Amenazas! -Hola, atrás:

 
   

esa espada arrebatadle.

 

GUEV.

 

Ven como bravo enemigo;

 
   

por la punta te la doy.

 

ROLD.

 

El alcalde mayor soy:

 
   

yo no peleo, castigo-

 

(Los SOLDADOS van a acometer a GUEVARA, cuando entra EL CAPITÁN presuroso y desnuda la espada. -A lo lejos se oye rumor de voces y armas que se aumenta y aproxima sucesivamente hasta la conclusión del cuadro.)

     
       

Escena VIII.

     

DICHOS y EL CAPITÁN.

     

CAPIT.

 

Señor Francisco Roldán,

 
   

el lugar entran a saco.

 
   

Un indio, perro, bellaco,

 
   

nos vendió. Ya dentro están

 
   

de la fuerza: si tardáis

 
   

en retiraros, sois muerto.

 

ROLD.

 

Imposible.

 

CAPIT.

 

Así tan cierto

 
   

morir en gracia tengáis.

 

ROLD.

 

¿Adónde están mis soldados?

 

CAPIT.

 

La oscuridad, la sorpresa...

 

ROLD.

 

Capitán, ¿qué gente es esa?

 

CAPIT.

 

Son demonios coronados.

 
   

No perdáis el tiempo aquí.

 
   

-Escuchad..., ya van llegando.

 
   

Si los estáis esperando

 
   

no es justo perderme a mí.

 

ROLD.

 

Aguardad sólo un momento:

 
   

prendamos al delincuente.

 

GUEV.

 

Eso será si él consiente.

 

CAPIT.

 

Somos seis, y vienen ciento.

 

ROLD.

 

Sin llevarle no me parto.

 

ANAC.

 

Marchad, Roldán; no aguardéis.

 

CAPIT.

 

¿Qué locura es la que hacéis?,

 
   

vive Dios que ya estoy harto.

 

ROLD.

 

Bien, ya me rindo, ya os sigo.

 
   

Triunfa, Guevara. -Esperanza

 
   

tengo empero en la venganza:

 
   

soy implacable enemigo.

 

(Vanse con los SOLDADOS.)

     
       

Escena IX.

     

ANACAONA, HIGUAMOTA, GUEVARA. Después MOGICA.

     

GUEV.

 

(Va a salir.)

 
   

No escaparás de mi acero.

 

HIGUA.

 

No, mi bien: detente, Hernando.

 

GUEV.

 

Están los míos lidiando;

 
   

debo yo ser el primero.

 

HIGUA.

 

¿Y si mueres, qué es de mí?

 

GUEV.

 

No moriré, prenda mía.

 

MOG.

 

(Dentro.)

 
   

Mueran todos. -Raza impía.

 

GUEV.

 

Es Mogica..., su voz..., sí.

 

MOG.

 

(Sale con la espada desnuda.)

 
   

Victoria, amigo: triunfamos.

 

GUEV.

 

¿Cómo tal deuda te pago?

 

MOG.

 

Con tu amistad. -¡Mas qué estrago!

 
   

Pocos con vida dejamos.

 

GUEV.

 

(A HIGUAMOTA.)

 
   

Depón, amada el temor:

 
   

premia el cielo soberano

 
   

tus virtudes y ami amor.

 

ANAC.

 

¡Ah!, ¡qué habéis hecho, imprudentes,

 
   

con irritar al León!,

 
   

la venganza de Colón

 
   

abatirá nuestras frentes.

 

 

Cuadro tercero.

       

La escena al frente de Jaragua; campo de ROLDÁN formado de chozas, la de este mayor que las demás y en punto visible. Centinelas en diversos puntos. -Circulación de soldados e indios, estos con cargas. -Movimiento que dura hasta el fin del cuadro.

     

Escena primera.

     

EL CAPITÁN, DON RODRIGO. MARTÍN y LOPE.

     

(Los dos primeros se pasean juntos; los últimos juegan a los dados.)

     

MART.

 

Fortuna tienes.

 

LOPE.

 

A veces.

 

ROD.

 

No es esto para un hidalgo.

 

MART.

 

Cinco: vaya que ya es algo.

 

LOPE.

 

Ahora ganas y con creces.

 

CAPIT.

 

Mucho os quejáis, don Rodrigo.

 

ROD.

 

Maldito el que acá me trujo

 
   

a vivir como un cartujo,

 
   

y más pobre que un mendigo.

 

CAPIT.

 

Vos quisierais que a placer

 
   

ellos y ellas os sirvieran.

 

ROD.

 

Digo, ¿y lo indios perdieran

 
   

en servirme?

 

CAPIT.

 

Puede ser.

 

ROD.

 

Yo tal vez me humillaría,

 
   

que a gentes de mi linage,

 
   

voto a Dios que en ese trage

 
   

no es decente...

 

CAPIT.

 

¡Bobería!

 
   

Verdad es que van ligeros;

 
   

mas vuestros nobles parientes,

 
   

según se esplican las gentes,

 
   

suelen andar casi en cueros.

 

ROD.

 

Capitán, tengamos paz.

 
   

No hay burlas con la nobleza.

 

CAPIT.

 

Pergaminos y pobreza;

 
   

mucho honor, porco solaz.

 

ROD.

 

Soy hidalgo en la montaña,

 
   

Paracuellos de Quirós,

 
   

y si vine, sabe Dios...

 

CAPIT.

 

Que fue por trampas de España.

 
   

Si sabéis que yo os entiendo...

 
   

Y si os quejáis es de vicio,

 
   

como otros muchos sin juicio

 
   

que contino estoy oyendo.

 
   

Cuando mandaba Roldán

 
   

sin sujetarse a Colón...

 

ROD.

 

La tierra de promisión

 
   

era la isla: ¡mas van

 
   

hora las cosas de un modo...!

 

CAPIT.

 

Es verdad; y como entonces

 
   

os aflojaron los gonces,

 
   

entró la mano hasta el codo.

 
   

Para el indio mucho palo;

 
   

a su muger galanteo;

 
   

dar rienda suelta al deseo;

 
   

obedecer poco y malo.

 
   

Ajustar a puñaladas

 
   

los pleitos, siendo la ley

 
   

la tizona; una higa al rey,

 
   

y a Dios espaldas tornadas:

 
   

¡eso os gusta, voto a Baco!

 
   

Mas vivir de esa manera

 
   

tan sólo se consintiera

 
   

donde reinara algún Caco.

 

ROD.

 

Vamos, tampoco hay razón

 
   

de tenernos ayunando.

 
   

Se ha de dar de cuando en cuando

 
   

un ensanche al corazón.

 

(Continúan su paseo y conversación. MARTÍN y LOPE dejando de jugar se levantan.)

     

MART.

 

Gané.

 

LOPE.

 

Te debo.

 

MART.

 

En buen hora.

 
   

¿y a cuándo piensas la paga?

 

LOPE.

 

La primera presa que haga;

 
   

y ya ves, vamos ahora...

 

MART.

 

¡Ay de mí! Lindos despojos.

 

LOPE.

 

De esa reina de Jaragua...

 

MART.

 

¿Algún jubón, o la enagua?

 
   

Dineros vean mis ojos.

 

LOPE.

 

Dicen que tiene tesoros.

 

MART.

 

Si los tiene y no los vemos...

 

LOPE.

 

Pues, digo, si los vencemos...

 

MART.

 

¿Y Mogica?

 

LOPE.

 

¿Y qué? A más moros,

 
   

dice el refrán, más ganancia.

 

MART.

 

¿Sabes, Lope, lo que digo?

 
   

Fue Mogica nuestro amigo.

 

LOPE.

 

Esa es, Martín, cosa rancia.

 

MART.

 

Digo también que es valiente.

 

LOPE.

 

¿Y el don Hernando Guevara?

 

MART.

 

Puede costarle muy cara

 
   

esta fiesta al que la cuente.

 

(EL CAPITÁN y DON RODRIGO se paran cerca de los dos interlocutores.)

     

LOPE.

 

¿Y por qué tanto rencor

 
   

con esos dos caballeros?

 

ROD.

 

Porque el uno hizo pucheros

 
   

a una india.

 

CAPIT.

 

Es un error:

 
   

resistiose a nuestro alcalde.

 

MART.

 

Pues él los días atrás

 
   

hizo otro tanto, y aun más.

 

CAPIT.

 

Hablar del caso es en valde.

 

LOPE.

 

Cuando un hombre va a morir,

 
   

capitán, quiere a lo menos

 
   

saber la causa.

 

CAPIT.

 

Los buenos

 
   

obedecen sin gruñir.

 
   

¡Miren qué recia batalla,

 
   

prender a dos mozalvetes!

 

ROD.

 

Es oficio de corchetes,

 
   

y el que es honrado...

 

CAPIT.

 

Se calla

 
   

y obedece, don Rodrigo.

 

LOPE.

 

No me agrada esta facción.

 

MART.

 

Si lo sé en la Concepción...

 

CAPIT.

 

Señores, callando, digo.

 

ROD.

 

Capitán, no hay para qué

 
   

su merced se me alborote.

 

LOPE.

 

¿Ha de ser un hombre un zote?

 

MART.

 

Repito que si lo sé...

 

CAPIT.

 

(Separándose de los demás.)

 
   

¡Vive Dios que es mucha lengua

 
   

ya la suya; y si a tizona...!

 

LOPE.

 

Capitán, de su persona

 
   

no se ha dicho cosa en mengua.

 

ROD.

 

Ya me canso por Dios vivo.

 
   

Digo que Roldán...

 

CAPIT.

 

Silencio.

 

ROD.

 

Yo sólo al rey reverencio,

 
   

que de nadie soy cautivo.

 

CAPIT.

 

(Empuñando.)

 
   

Ea, acortemos razones;

 
   

o se calla o le santiguo.

 

(Acuden soldados al ruido de la querella.)

     

ROD.

 

(Empuñando.) Venga acá, señor antiguo.

 

MART.

 

(Ídem.) Pues lo quiere...

 

LOPE.

 

(Ídem.) Coscorrones.

 

UNO.

 

Téngase.

 

OTRO.

 

No; que se maten.

 

CAPIT.

 

Dejádmelos por mi vida.

 

ROD.

 

Dejadle, nadie le impida.

 

MART.

 

Dejaremos que nos traten...

 

(ROLDÁN saldrá de su tienda de manera que al llegar a este verso se halle en medio de los que riñen.)

     
       

Escena II.

     

DICHOS. ROLDÁN.

     

ROLD.

 

¡Caballeros!, ¡qué alboroto!

 
   

¿Cómo el acero de la mano?

 
   

Envainad, que aún es temprano

 
   

y las treguas no se han roto.

 

(Envainan todos sus espadas.)

     

CAPIT.

 

Era, señor, que esta gente,

 
   

que es con estremo habladora...

 

ROLD.

 

Bien. -Dejadlo por ahora.

 

ROD.

 

Tiene la sangre caliente

 
   

el capitán, y nosotros

 
   

muy pocas aguantaderas.

 

CAPIT.

 

Lenguas, sí, tenéis muy fieras.

 

ROLD.

 

Callad vos; callad vosotros.

 

CAPIT.

 

Sabed, alcalde mayor,

 
   

que sin recato murmuran;

 
   

y más diré, que conjuran...

 

ROLD.

 

¿Porque llegue a su valor

 
   

la ocasión de acreditarse?

 
   

Bien lo sé: vivid tranquilos,

 
   

no dejaré yo a los filos

 
   

de las danzas embotarse.

 

CAPIT.

 

Es que no digo tal cosa.

 

ROLD.

 

¡Si os he dicho que entendí!,

 
   

¿querréis vos decirme a mí

 
   

que es gente briosa?

 

(Hace una seña, retíranse todos, y él detiene al CAPITÁN.)

     
   

Sois a veces como un banco.

 

CAPIT.

 

Soy como Dios me crió.

 
   

Iba a decir que pasó

 
   

cara a cara, a fuer de franco.

 

ROLD.

 

Y en resumen, ¿qué ha pasado?

 

CAPIT.

 

Murmurar.

 

ROLD.

 

¿De quién?

 

CAPIT.

 

De vos.

 
   

¿No es bastante?

 

ROLD.

 

Entre los dos:

 
   

si no es más, corto pecado.

 
   

Poco importa que murmuren

 
   

si me obedecen.

 

CAPIT.

 

Pues paso;

 
   

porque tal vez llegue el caso

 
   

como su intento maduren.

 

ROLD.

 

¡Tanto dijeron! -Sepamos.

 

CAPIT.

 

No esconden que descontentos

 
   

están con vuestros intentos.

 
   

Tienen cerca los reclamos,

 
   

no distantes los recuerdos,

 
   

la voluntad siempre pronta,

 
   

pocos son hombres de monta,

 
   

y aun entre ellos poco cuerdos.

 

ROLD.

 

¡Qué!, ¿se inclinan a Mogica?

 

CAPIT.

 

No han dicho, mas lo temo.

 

ROLD.

 

Lo pensé.

 

CAPIT.

 

Y a tal estremo,

 
   

que ya cualquiera replica.

 

ROLD.

 

¿Quién lleva l voz entre ellos?

 

CAPIT.

 

Todos gritan a cuál más;

 
   

pero el que es un Satanás,

 
   

don Rodrigo Paracuellos.

 

ROLD.

 

¿El hidalgo?

 

CAPIT.

 

Pobretón.

 

ROLD.

 

¿Y le escuchan?

 

CAPIT.

 

Lo bastante.

 
   

Tiene labia el muy vergante,

 
   

de barato, baladrón.

 

ROLD.

 

Allí está. Decid que venga.

 

CAPIT.

 

¿Don Rodrigo?

 
   

Sí; le espero.

 

CAPIT.

 

¿Si queréis que, caballero,

 
   

lo que he dicho le mantenga...?

 

ROLD.

 

Yo sé que os debo creer,

 
   

capitán; llamadle luego,

 
   

y venid con él, os ruego,

 
   

porque os habré menester.

 

(Obedece EL CAPITÁN y vuelve con DON RODRIGO, a quien ROLDÁN recibe con afabilidad y tendiéndole la mano.)

     

ROLD.

 

Don Rodrigo, poco os veo,

 
   

y por Dios que estoy quejoso,

 
   

que a un hidalgo tan brioso

 
   

para amigo le deseo.

 

ROD.

 

Tanta merced me confunde.

 

CAPIT.

 

(Ap.) ¡Vive Dios!, y a mí también.

 

ROLD.

 

En mí, y en cuantos os ven,

 
   

vuestra gracia afecto infunde.

 

ROD.

 

Favor es; pero en verdad

 
   

con las gentes de mi casa,

 
   

señor Roldán, eso pasa

 
   

donde quiera.

 

CAPIT.

 

(Ap.) ¡Hay vanidad!

 

ROLD.

 

¿Qué os parece la Jaragua?

 

ROD.

 

Pareciérame mejor

 
   

si ya que ocioso el valor...

 

ROLD.

 

¿Navegase la Piragua?

 
   

Digo, encontrar una mina

 
   

o alguna indiana hermosura.

 

ROD.

 

Eso: probar la ventura.

 

ROLD.

 

Vuestra audacia me ilumina,

 
   

y recuerda cierta empresa

 
   

de las de honra y de provecho.

 

CAPIT.

 

Pensé yo tener derecho...

 

ROLD.

 

Tendréis otra sino es esa,

 
   

a menos que don Rodrigo...

 

ROD.

 

¡Cómo, señor! ¿Rehusar

 
   

lo que vos queráis mandar

 
   

como cabo y como amigo?

 

ROLD.

 

Pues entonces, capitán,

 
   

habréis de tener paciencia

 
   

si le doy la preferencia.

 

CAPIT.

 

Os lo agradezco, Roldán.

 

ROLD.

 

(A DON RODRIGO.)

 
   

Habréis menester cautela

 
   

y llevar muy poca gente,

 
   

que hay allá continuamente

 
   

dos indios de centinela.

 
   

¿Tenéis así algún soldado

 
   

hombre a prueba, muy leal?

 

ROD.

 

Muchos tengo.

 

ROLD.

 

Nunca hay mal

 
   

en que el pan ande sobrado;

 
   

pero en suma, aunque sean fieles,

 
   

no son todos atrevidos;

 
   

unos son algo encogidos,

 
   

otros milites noveles;

 
   

y lo que es bien que se busque

 
   

ha de ser gente de acero,

 
   

con poco afecto a su cuero,

 
   

que ni el fuego la chamusque.

 

ROD.

 

Pues entonces tengo dos;

 
   

y el capitán los conoce,

 
   

que aunque el diablo se remoce

 
   

no les gana, vive Dios.

 

CAPIT.

 

¿Y quién son esos prodigios?

 

ROD.

 

Martín el uno, otro Lope.

 

CAPIT.

 

Ambos colgados al tope...

 

ROLD.

 

Esos bastan. -Ni vestigios

 
   

quiero que queden de un templo

 
   

que tienen en la montaña.

 
   

Yo lo he visto, y ni en España

 
   

de su riqueza hallé ejemplo.

 

ROD.

 

Es muy justo: ídolos fuera.

 

ROLD.

 

Y los tienen de oro puro.

 

ROD.

 

No dejarles uno, os juro,

 
   

para memoria siquiera.

 

ROLD.

 

Pues sin decir para qué

 
   

preparad los compañeros.

 
   

En seguida quiero veros,

 
   

más noticias os daré.

 

ROD.

 

Contad por siempre conmigo,

 
   

que os tengo mucha afición.

 

ROLD.

 

Pagaréis la obligación

 
   

de la mía, don Rodrigo.

 

(DON RODRIGO se retira y se le ve hablar con LOPE y MARTÍN.)

     

ROLD.

 

Capitán, callado estáis.

 

CAPIT.

 

Cuando se parta la flota,

 
   

me voy yo.

 

ROLD.

 

¿Se me alborota?

 

CAPIT.

 

Vos hacéis lo que gustáis,

 
   

y yo me voy a mi tierra.

 

ROLD.

 

¿Pues por qué tanto disgusto?

 

CAPIT.

 

¡Voto a tal!, ¿acaso es justo

 
   

que a quien os hace la guerra...?

 

ROLD.

 

¿Tenéis del templo codicia?

 

CAPIT.

 

No, por el cielo divino:

 
   

márchome porque no atino

 
   

por qué regla hacéis justicia.

 

ROLD.

 

¿Cuándo vinisteis aquí?

 

CAPIT.

 

Con vos vine.

 

ROLD.

 

¿Habéis oído

 
   

de tal templo a algún nacido?

 

CAPIT.

 

No señor.

 

ROLD.

 

Pues siendo así...

 

CAPIT.

 

Le engañasteis.

 

ROLD.

 

No fue engañado:

 
   

una astucia.

 

CAPIT.

 

¿Y para qué?

 

ROLD.

 

Porque así castigaré

 
   

sin que me venga algún daño.

 

CAPIT.

 

¡Válate Dios! Ya lo entiendo:

 
   

sale del campo, le agarro,

 
   

codo con codo le amarro...

 

ROLD.

 

Capitán, ¿qué estáis diciendo?

 

CAPIT.

 

Que de un árbol se le cuelga.

 

ROLD.

 

Nada: se va libremente.

 

CAPIT.

 

¿Quién castiga al delincuente?

 

ROLD.

 

El demonio, que no huelga.

 
   

Sois un pobre mantecato:

 
   

¿ni siquiera se os alcanza

 
   

que me espongo a la venganza

 
   

si se sabe que le mato?

 
   

No señor, se los tres

 
   

en derechura a Guevara,

 
   

él los sorprende, y mi vara

 
   

vengan ellos por sus pies.

 
   

Su muerte el odio concita

 
   

contra la hueste de Hernando,

 
   

este asegura mi bando,

 
   

y tres contrarios me quita.

 
   

Esta vara no está rota:

 
   

ya veis que hiere, y de muerte.

 

CAPIT.

 

Verdad es.

 

ROLD.

 

Pues de esa suerte,

 
   

ya no os partís con la flota.

 

CAPIT.

 

Pero entre tanto ¿qué hacemos?

 

ROLD.

 

Guevara quieto en Jaragua,

 
   

yo tornar su gozo en agua.

 

CAPIT.

 

¿Mas al cabo, venceremos?

 

ROLD.

 

O haremos paz ventajosa.

 
   

Capitán, mientras yo viva,

 
   

ni me olvido de la esquiva,

 
   

ni perdono a la orgullosa.

 
   

Mas, don Rodrigo en mi tienda.

 
   

Harele salir al punto,

 
   

pero vos andadle junto

 
   

sin que lo advierta ni entienda.

 

CAPIT.

 

Ya sueña con su tesoro:

 
   

casi, casi, me da pena.

 

ROLD.

 

Bien sabéis; cuando han gangrena...

 

CAPIT.

 

Sí lo entiendo; mas lo lloro.

 

ROLD.

 

Pues guardad algo del llanto,

 
   

que a la madre y al rival

 
   

la muerte es el menor mal

 
   

que les preparo. (Vase.)

 

CAPIT.

 

¡Qué espanto!

 
       

Escena III.

     

SOLDADOS 1.º y 2.º con un INDIO atado. -El 1.º trae en la mano un collar con una joyuela de oro; el 2.º el arco y flechas del INDIO. -EL CAPITÁN al foro.

     

SOLD. 1.º

 

Ande el perro del Pagano.

 

SOLD. 2.º

 

¡Fácil es que se apresure!

 
   

No pierden estos su calma

 
   

ni cuando el cielo se hunde.

 

SOLD. 1.º

 

Pues verás cómo en el aire

 
   

se menea, baja y sube.

 

SOLD. 2.º

 

(Al INDIO.)

 
   

¡Oye!, ¿no tienes más oro?

 

SOLD. 1.º

 

Deja que yo le rebusque.

 

(Examínale los pies y manos.)

     

SOLD. 2.º

 

Este es algún pobretón

 
   

que no vale le desplumen.

 

SOLD. 1.º

 

Pues la joya...

 

SOLD. 2.º

 

¿Y qué valdrá?

 

SOLD. 1.º

 

Siempre es más de lo que truje.

 

CAPIT.

 

(Llegándose a los tres.)

 
   

¿Qué preso es este, señores?

 

SOLD. 1.º

 

Un espía.

 

CAPIT.

 

No haya embustes;

 
   

porque ya saben que a mí

 
   

me los paga el que los urde.

 

SOLD. 2.º

 

Capitán, le hemos hallado

 
   

como al que teme la nube,

 
   

muy tapado con las mantas,

 
   

echado al suelo de bruces,

 
   

con más ojos que el aceite...

 

SOLD. 1.º

 

Camarada, no te apures.

 
   

Con darle suelta acabamos.

 

CAPIT.

 

¿Si querrá que le salude

 
   

dándole un trato de cuerda?

 

SOLD. 1.º

 

¡Capitán!

 

CAPIT.

 

No se chamusque,

 
   

como suele sucederle

 
   

a quien juega con la lumbre.

 
   

Dígame dónde le hallaron.

 

SOLD. 2.º

 

Yo, señor, la posta tuve

 
   

en la garganta del monte.

 
   

Cuando el sol apenas luce

 
   

miro un bulto que cercano

 
   

se desliza: un ramo cruje;

 
   

y después por más que escucho

 
   

nada suena, nada bulle.

 
   

Pasa entonces el amigo:

 
   

yo le llamo, se reúne;

 
   

y ya juntos, esploramos,

 
   

como gentes que presumen

 
   

de soldados muy antiguos.

 
   

Poco falta a que nos burle

 
   

marrajo el indio, señor;

 
   

pero al fin, por más que se hunde

 
   

en las quiebras de una roca,

 
   

que en las ramas se zambulle,

 
   

dimos con él, y acá viene:

 
   

nuestros mayores le juzguen.

 

CAPIT.

 

¿Qué responde a las preguntas?

 

SOLD. 1.º

 

No hay medio de que pronuncie

 
   

una Q.

 

CAPIT.

 

Tal vez no sabe.

 

SOLD. 2.º

 

Mas no habláis sin que os escuche.

 

CAPIT.

 

Si se propuso no hablar,

 
   

no ha de hacerlo aunque le abrumen.

 
   

Avisemos al alcalde.

 

(ROLDÁN sale de su tienda hablando con DON RODRIGO, a quien despide apretándole afectuosamente la mano.)

     
   

Allí está. -No me saludes

 
   

en tu vida, cariñoso,

 
   

que eres rey de los tahures.

 

(Adelántanse a recibir a ROLDÁN, y mientras llegan al proscenio le entera de la prisión del INDIO.)

     
       

Escena IV.

     

ROLDÁN. EL CAPITÁN. EL INDIO. SOLDADOS 1.º y 2.º

     

ROLD.

 

¿Con que es mudo, o no comprende?

 
   

No me conocéis por santo,

 
   

capitán; pues voy a hacer

 
   

con el espía un milagro.

 
   

Traed, traédme acá

 
   

y desatadle los brazos.

 

(EL INDIO hace un movimiento para presentar los brazos, y se contiene después. Desátanle los SOLDADOS.)

     
   

¿Veis? Ya principia el prodigio;

 
   

poco entiende, pero es algo.

 
   

Ven acá. ¿Cuál es tu tribu?

 
   

¿Eres caribe o esclavo?

 
   

¿No respondes...? Ten presente

 
   

que cuanto quiero lo alcanzo.

 
   

Si tardas en responderme

 
   

te podrá costar muy caro.

 
   

No me respondes: ya sé

 
   

ablandaros con buen trato.

 
   

Una cuerda... Ea, llevadle,

 
   

y colgarle de una mano.

 

(EL INDIO hace un movimiento de horror, pero recobra luego su serenidad.)

     

(Aparte al CAPITÁN.)

     
   

Él es duro , pero el miedo

 
   

nos le va a poner muy blando.

 

(A los SOLDADOS.)

     
   

No: lo he pensado mejor;

 
   

una hoguera, y a quemarlo.

 

(El indio como anteriormente.)

     
   

Pronto, que muera ese perro.

 

(Los SOLDADOS van a llevarse al indio; este hace un esfuerzo desesperado, y se arroja a los pies de Roldán.)

     

INDIO.

 

¡Compasión, que soy cristiano!

 

ROLD.

 

Santo soy hecho y derecho:

 
   

cumpliose en fin el milagro.

 
   

Ea, levanta del suelo,

 
   

y prepárate a ser franco,

 
   

que el brasero no se apaga

 
   

hasta que hables, y muy claro.

 

INDIO.

 

Hablaré, pero a ti solo.

 

(ROLDÁN hace seña; los demás se retiran.)

     

ROLD.

 

Está bien: solos estamos.

 

INDIO.

 

Soy caribe, y de los montes.

 

ROLD.

 

¿A qué viniste a mi campo?

 

INDIO.

 

A espiar.

 

ROLD.

 

¿Quién te lo ordena?

 

INDIO.

 

De Jaragua me enviaron.

 

ROLD.

 

¿Y qué intentan?

 

INDIO.

 

No lo sé.

 

ROLD.

 

La hoguera se te ha olvidado.

 
   

Qué intentos tienen, pregunto;

 
   

y recuerda que un engaño

 
   

puede costarte morir,

 
   

y morir hecho pedazos.

 

INDIO.

 

¿He de vender a los míos?

 

ROLD.

 

Con los indios no combato:

 
   

si no me ofenden, no temas

 
   

que de mí reciban daño.

 
   

Los rebeldes de Mogica...

 

INDIO.

 

¿Y si dél nos separamos?

 

ROLD.

 

El almirante y Roldán

 
   

supieran recompensarlo.

 

INDIO.

 

Júrame que a los caribes

 
   

serás benigno y humano,

 
   

y a Guevara y a Mogica

 
   

te entregaré.

 

ROLD.

 

Bien. A espacio.

 
   

¿Los odias tú?

 

INDIO.

 

Ni los amo;

 
   

pero dices que la paz

 
   

tendrán los indios cesando

 
   

las querellas que os dividen

 
   

y destrozan nuestros campos.

 
   

Hijos tengo, tengo esposa,

 
   

padres débiles y ancianos;

 
   

por ellos guardo mi vida,

 
   

y por ellos solos hablo.

 
   

¿Qué me importa que gobierne

 
   

Roldán, Mogica o Hernando?

 
   

Tenga yo paz, pues que al fin

 
   

de uno u otro soy esclavo.

 

ROLD.

 

¿A Mogica has de entregarme

 
   

y a Hernando también?

 

INDIO.

 

A entrambos.

 

ROLD.

 

¿Cómo, si están en Jaragua?

 

INDIO.

 

Hoy a los montes pasaron.

 

ROLD.

 

¿Con los suyos?

 

INDIO.

 

Con los más.

 

ROLD.

 

Van huyendo los menguados.

 

INDIO.

 

Del cacique Guarionés

 
   

de los maestros el más bravo,

 
   

aquel que nunca vencisteis...

 

ROLD.

 

Aún no es tarde: al caso, al caso.

 

INDIO.

 

Van a buscar su alianza.

 

ROLD.

 

¿Y el necio se la otorgado?

 

INDIO.

 

Guarionés es muy valiente,

 
   

y en el consejo muy sabio.

 

ROLD.

 

Pero, acabemos: ¿Mogica...?

 

INDIO.

 

Será tuyo con Hernando.

 

ROLD.

 

¿La manera?

 

INDIO.

 

La sé yo.

 

ROLD.

 

Y la dices, o te mato.

 

INDIO.

 

Esta noche han de aguardar

 
   

en cierto sitio apartado

 
   

los mensageros que envía

 
   

Guarionés: son dos ancianos.

 
   

Yo conozco bien los montes

 
   

y guiaré a tus soldados.

 

ROLD.

 

Eso está bien: mas si tú

 
   

les preparas algún lazo...

 

INDIO.

 

¡Cómo! ¿No basta, Roldán,

 
   

que me tengas en tu mano?

 

ROLD.

 

Os conozco, y sé que sois

 
   

artificiosos bellacos;

 
   

pero no importa: me arriesgo,

 
   

y ay de ti si hubiere engaño.

 

INDIO.

 

Aguárdate, que la paz

 
   

a los indios no has jurado.

 

ROLD.

 

¿Tú me pones condición?

 

INDIO.

 

Y sin ella rompo el trato.

 

ROLD.

 

¡Miserable! ¿Y el suplicio!

 

INDIO.

 

Podrás hacerme pedazos;

 
   

mas mi muerte vale menos

 
   

que rendir a tus contrarios.

 
   

Paz quiero yo; los caribes

 
   

me interesan, no los blancos.

 

ROLD.

 

(Ap.) Don Rodrigo irá a Jaragua,

 
   

pues ya sin gente ha quedado;

 
   

con el indio el capitán,

 
   

y de una vez los acabo.

 

(Al INDIO.)

     
   

Bien, yo te juro la paz:

 
   

tendrás inmensos regalos.

 

INDIO.

 

Yo te compro, no me vendo:

 
   

no equivoques el contrato.

 

ROLD.

 

Pero cuenta que hay hogueras.

 

INDIO.

 

No lo olvido.

 

ROLD.

 

Entonces, vamos.

 



 

Cuadro cuarto.

       

El teatro representa la tienda de campaña de ROLDÁN. -Sobre una mesa, el casco, escudo, vara y venablo de ROLDÁN; en la misma mesa un reló de arena. -Delante de la puerta de la tienda, que se colocará en el foro, se pasea un centinela.

     
       

Escena primera

     

ROLDÁN, sentado en un banco inmediato a la mesa.

     

ROLD.

 

¡Qué lentitud! -Malditos todos ellos.

 
   

Horrible, insoportable es esta duda.

 
   

¿Por qué dudar? -Fidelidad en uno,

 
   

avaricia en el otro me aseguran:

 
   

el tiempo es el que tarda a mi impaciencia;

 
   

parece que me entiende y que se burla.

 

(Mirando al reló.)

     
   

Cuál te cuesta dar paso a cada grano,

 
   

reló: más que los sueltas, los rehúsas

 

(Levántase, da una vuelta por la tienda y se acerca a la puerta.)

     
   

¿Amanece, soldado?

 

CENT.

 

Es media noche.

 

ROLD.

 

Miente.

 

CENT.

 

Ved las estrellas.

 

ROLD.

 

No me arguya.

 

(Vuelve al proscenio.)

     
   

Dos horas de distancia, dijo el indio...

 
   

No tardan... ¿Y a Jaragua...?, sólo hay una.

 
   

¡Si se cebó en robar el hidalgüelo!

 
   

Si malogró la empresa..., abrió su tumba.

 

(Pasa de nuevo a la puerta, observa el cielo, y vuelve despechado a sentarse.)

     
   

No es más de media noche. (Sacudiendo el reló.)

 
   

Corre, vuela:

 
   

el curso a los instantes apresura...

 

(Reconociéndose y arrojando el reló.)

     
   

Roldán, ¿estás demente, desconfías

 
   

de tu constante amiga la fortuna?

 
   

¿De esa Higuamota esquiva la belleza

 
   

tu prudencia alteró, tu juicio turba?

 
   

¡Su belleza...! ¡Yo amor...! ¡Qué desvarío!

 
   

Quédese para Hernando tal locura.

 
   

¿Qué me importan a mí sus ojos negros?

 
   

Me importan los derechos de su cuna.

 
   

Sí, Francisco Roldán vino de España

 
   

sirviente de Colón: valor y astucia

 
   

le han sido menester para elevarse

 
   

de donde el amo está casi a la altura.

 
   

Me falta un escalón; y he de subirlo:

 
   

acaso más que el almirante suba.

 
   

Higuamota la bella, con su nombre

 
   

dará a mis alas voladoras plumas.

 
   

Si en medio de esos montes el esposo

 
   

de la hija de un cacique, en voz robusta

 
   

proclama la libertad, los indios luego

 
   

los hierros romperán que los abruman.

 
   

Si a su ciego valor, prudencia y arte

 
   

por los ciudadanos de Roldán se juntan,

 
   

Colón, mal quisto, sin auxilio, muere,

 
   

o a España vuelve en vergonzosa fuga.

 
   

¿Le atenderán allí? -Vencido y pobre,

 
   

tarde será, muy tarde, si le escuchan.

 
   

En tanto, aquí Roldán, si alguien resiste,

 
   

del inútil valor muy presto triunfa;

 
   

ciñe su sien la fúlgida diadema,

 
   

y a su poder la isla se subyuga...

 
   

Reinar, ser el primero, sin iguales;

 
   

postrada ver la reverente turba...

 
   

Esperanza, esperanza, eres muy bella:

 
   

¡tu brillo encantador tal vez deslumbra!

 

CENT.

 

¿Quién va?

 

ROLD.

 

¿Serán, en fin? (Levantándose.)

 

CENT.

 

El santo y seña.

 

ROLD.

 

(Acercándose a la puerta.)

 
   

No me vuelvas el rostro, mi fortuna.

 
       

Escena II.

     

ROLDÁN y DON RODRIGO.

     

(El 1.º ase del brazo al 2.º arrastrándole con violencia hasta el proscenio.)

     

ROLD.

 

¡Tarde y solo, vive Dios!

 

ROD.

 

Tarde..., no soy más ligero;

 
   

solo, por ser el primero.

 

ROLD.

 

¿Y viene?

 

ROD.

 

Vienen las dos.

 

ROLD.

 

No pienso que os mandé tanto.

 

ROD.

 

Yo, señor, creía acertar;

 
   

ni las pude separar,

 
   

que era mucho su quebranto.

 

ROLD.

 

Sois, hidalgo, compasivo;

 
   

otra vez tended presente

 
   

que os quiero sólo obediente.

 

ROD.

 

¡Buena paga, por Dios vivo!

 

ROLD.

 

Aunque ya lo habréis cobrado

 
   

con alguna niñería,

 
   

tomad. -(Dale un bolsillo.) ¿Qué dijo la impía?

 

ROD.

 

Lindamente ha desfogado.

 

ROLD.

 

¿Y la madre?

 

ROD.

 

De su labio

 
   

no ha salido más acento

 
   

que decir: «Hija, consiento

 
   

antes morir que tu agravio».

 

ROLD.

 

¿Presto vendrán?

 

ROD.

 

Al instante.

 

ROLD.

 

Retirad la centinela;

 
   

y vos mismo estad en vela.

 

ROD.

 

Bien está... (Ap. yéndose.) No tiene aguante.

 

(Vase, hace retirar al centinela, y quédase en su lugar. -Breve pausa. -ANACAONA e HIGUAMOTA se presentan escoltadas por algunos soldados, que se retiran a una seña de DON RODRIGO. -ANACAONA sostiene a su hija, y la sienta en el banco que ocupaba ROLDÁN.)

     
       

Escena III.

     

ANACAONA. HIGUAMOTA. ROLDÁN. DON RODRIGO en la puerta.

     

ANAC.

 

Descansa, mi Higuamota, nada temas.

 

ROLD.

 

¡Temer...! ¿Por qué, señora? -Su sosiego

 
   

juro que a procurar...

 

HIGUA.

 

Roldán, blasfemas.

 

ANAC.

 

Cálmate, dulce bien; yo te lo ruego.

 

ROLD.

 

Tal vez cede Higuamota a la apariencia;

 
   

juzga que despechado la arrebato...,

 
   

se engaña; de una pérfida violencia

 
   

que esté a cubierto, solamente trato.

 

HIGUA.

 

¡Hipócrita!

 

ROLD.

 

Higuamota...

 

ANAC.

 

(A ROLDÁN.) Es una niña:

 
   

la arrancan de su hogar; amenazada

 
   

se vio por quien no es bien que espada ciña...

 

ROLD.

 

Nombrádmelo, y su culpa castigada...

 

HIGUA.

 

Se lo mandaste tú.

 

ROLD.

 

¡Qué odio implacable!

 

HIGUA.

 

Sí, te aborrezco, y amo sólo a Fernando.

 

ANAC.

 

¡Hija!

 

HIGUA.

 

Sí, que lo sepa el miserable:

 
   

que le aborrezco, moriré clamando.

 

ROLD.

 

¡Bien empleáis un amor tan fino!

 

ANAC.

 

Roldán, ¿no es ya bastante lo que hicisteis?

 
   

¿Queréis que muera aquí?

 

ROLD.

 

No, por Dios Trino:

 
   

ni ella, ni vos, mi intento comprendisteis.

 
   

En vez de los denuestos, las injurias,

 
   

merezco, acaso, gratitud, señora.

 
   

Mañana espuestas a implacables furias

 
   

os vierais sin el corto mal de ahora.

 
   

Bien sé que en Higuamota cortos años

 
   

disculpan el error de su ignorancia:

 
   

mas vos ¿cómo ignorar podéis los daños

 
   

de escuchar de rebeldes la jactancia?

 
   

Al bandido Mogica dais asilo;

 
   

y porque tardo en castigar un día

 
   

pensasteis que triunfaba, que tranquilo

 
   

dueño de esta región siempre sería.

 
   

Volved de vuestro error: caerá mañana

 
   

el rayo en la cabeza del culpable,

 
   

y entonces la plegaria será vana:

 
   

Roldán es, como juez, inexhorable,

 
   

pero también piadoso como amigo,

 
   

y os alejó por eso de Jaragua,

 
   

que es bien que el criminal sufra el castigo

 
   

donde el delito atroz comete y fragua.

 
   

Este mi crimen es: mas si el suplicio

 
   

quiere ver Higuamota de su amante...

 

ANAC.

 

Por compasión, no más, o pierde el juicio,

 
   

que ya el dolor la tiene delirante.

 
   

Roldán, yo condenaros no pretendo;

 
   

tal vez vuestra intención ha sido buena,

 
   

mas su funesto efecto estáis ya viendo;

 
   

no puede mi Higuamota con su pena.

 
   

Si cuanto hizo por vos Anacaona,

 
   

si lo poco ya que le habéis dejado,

 
   

si el renunciar por siempre a una corona

 
   

sin haberla siquiera suspirado,

 
   

algo puede con vos...

 

HIGUA.

 

Tened, mi madre.

 
   

¡Suplicándole estáis? -¡Tanto desdoro!

 
   

Perdí mi libertad, estoy sin padre,

 
   

tal vez voy a perder a aquel que adoro:

 
   

moriré de dolor, mas lo prefiero

 
   

a deberle a Roldán ni una esperanza,

 
   

a suplicar al lobo carnicero.

 

ROLD.

 

No es cuerdo provocarme a la venganza.

 

ANAC.

 

No la escuchéis. -Tú calla: te lo mando.

 
   

Roldán, ¿por qué atendéis a su delirio?

 
   

Una madre infeliz está llorando,

 
   

y os pide compasión de su martirio.

 

ROLD.

 

¿Qué pretendéis, señora? -Ya os escucho.

 

ANAC.

 

Dadnos la libertad.

 

ROLD.

 

No sois esclavas.

 

HIGUA.

 

Partamos pues.

 

ROLD.

 

Tened, que eso es ya mucho:

 
   

cadenas no, pero convienen trabas.

 

ANAC.

 

Iremos a un desierto, si lo quieres.

 
   

Yo juro...

 

ROLD.

 

Juramentos temerarios

 
   

los del temor; -No fío de mugeres;

 
   

y, creedme, es inútil el cansaros.

 
   

Pero os diré también que muy en breve,

 
   

y esto podrá, señoras, consolaros,

 
   

el plazo de ser libres llegar debe.

 
   

Ya tengo en este instante a los traidores.

 
   

Sí; Guevara y Mogica son ya míos.

 
   

Mañana espiarán tantos horrores,

 
   

mañana acabarán sus estravíos.

 
   

El plazo de su vida es el que fijo

 
   

a que cese también vuestro tormento.

 

ANAC.

 

Perdón para Guevara, que es mi hijo...

 

HIGUA.

 

Matadnos a los dos, y lo consiento.

 
       

Escena IV.

     

DICHOS y DON RODRIGO.

     

ROD.

 

Llegó ya el capitán, señor alcalde.

 

ROLD.

 

Venga, venga al instante, don Rodrigo.

 

(Vase DON RODRIGO.)

     
   

Veréis, señoras, si menaza en valde

 
   

Roldán con su venganza al enemigo.

 

(HIGUAMOTA se cubre el rostro con las manos; ANACAONA espera con ansiedad; ROLDÁN manifiesta su gozo.)

     
       

Escena V.

     

ANACAONA. HIGUAMOTA. ROLDÁN. EL INDIO. EL CAPITÁN. MOGICA, desarmado y conducido por los soldados.

     

INDIO.

 

(A ROLDÁN.)

 
   

Ya he cumplido mi promesa:

 
   

cumple la tuya, y soy libre.

 

ROLD.

 

(Impaciente al CAPITÁN.)

 
   

¿Qué habéis hecho de Guevara?

 
   

¿Murió ya?

 

MOG.

 

Traidor: aún vive.

 

ROLD.

 

¿Estáis mudo, capitán?

 
   

¿Qué es de Guevara, decidme?

 

CAPIT.

 

Sólo hallamos a Mogica.

 

HIGUA.

 

(Ap. a ANACAONA.)

 
   

¡Ah!, ¡se ha salvado del tigre!

 

ROLD.

 

(Al INDIO.)

 
   

¿Y a pedirme libertad

 
   

te atreves, traidor insigne?

 
   

Si en el día no lo entregas...

 

INDIO.

 

¿Pagas así a quien te sirve?

 
   

¿Qué me importa de Guevara...?

 

MOG.

 

Di que entregarle quisiste,

 
   

miserable, como a mí;

 
   

mas yo solo al puesto vine,

 
   

que no ha querido la suerte

 
   

que a entrambos nos sacrifiques.

 

ROLD.

 

Su día le llegará.

 

MOG.

 

Pero en tanto tú te afliges,

 
   

tiemblas que venga Guevara,

 
   

que me vengue y te castigue.

 

ROLD.

 

Muy bravo estás.

 

MOG.

 

Como siempre,

 
   

nunca contigo fui humilde.

 
   

Está mi suerte en tu mano;

 
   

pero tú no me venciste,

 
   

porque eres el más cobarde

 
   

de cuantos armas esgrimen.

 

ROLD.

 

Denuestos de un desarmado

 
   

se desprecian o se ríen.

 

MOG.

 

Puede ser que los lloraras

 
   

sin los muchos que te asisten.

 

ROLD.

 

Basta, rebelde: a tu juez

 
   

a responder te apercibe.

 
   

En nombre del almirante,

 
   

mi señor, Mogica, dime

 
   

si levantaste pendón,

 
   

si en su contra armas hiciste.

 

MOG.

 

Me rebeló contra ti,

 
   

que la tierra, infame, oprimes;

 
   

armas, a ser más valiente

 
   

ya supieras que las hice.

 

ROLD.

 

¿Qué descargos puedes dar

 
   

en defensa de tu crimen?,

 
   

que aunque ya lo has confesado,

 
   

soy tu juez, y debo oírte.

 

MOG.

 

¿A qué profanas las formas,

 
   

si mi muerte decidiste?

 

ROLD.

 

Defiéndete. Como juez

 
   

me encontrarás impasible.

 

MOG.

 

Sé que es inútil hablar,

 
   

que he de morir, ya lo dije;

 
   

pero quiero mis razones,

 
   

pues me provocas, decirte.

 
   

Yo fui rebelde contigo,

 
   

porque tú me sedujiste:

 
   

cuando después, por la vara

 
   

con que tiranos nos riges,

 
   

engañando al gran Colón,

 
   

como traidor nos vendiste,

 
   

te conocí; pero acaso,

 
   

aunque siempre mal te quise,

 
   

no llegara a rebelarme

 
   

si tú no fueras un tigre.

 
   

Esa víctima inocente

 
   

librar de tus manos viles

 
   

quiso Mogica: el destino

 
   

a su vida marcó el límite.

 
   

De la muerte sólo siento

 
   

que defenderla me impide.

 

ROLD.

 

Mira si algo se te olvida

 
   

que tu intento justifique.

 

MOG.

 

Dispuesto estoy a morir.

 
   

Piadoso el cielo me mire.

 

ROLD.

 

En nombre del Rey Fernando,

 
   

y el almirante a quien sirve,

 
   

Roldán, alcalde mayor

 
   

de Jaragua y sus confines,

 
   

te condena a que muriendo

 
   

tu delito, infame, espíes.

 

ANAC.

 

¡Ah!, perdonadle, Roldán.

 

ROLD.

 

La justicia es inflexible.

 

MOG.

 

No, generosa matrona,

 
   

a ese traidor no te humilles.

 
   

No hay piedad en sus entrañas;

 
   

de venganza y sangre vive.

 

ROLD.

 

Llamen luego a un misionero;

 
   

penitencia le administre.

 
   

Ea, llevadle; acabemos.

 

MOG.

 

Miserable, Hernando vive.

 

(Llévanse los soldados a MOGICA; EL CAPITÁN los sigue.)

     
       

Escena VI.

     

ANACAONA. HIGUAMOTA. ROLDÁN. EL INDIO.

     

HIGUA.

 

¡Que va a morir, madre mía!

 

ANAC.

 

Sí, Higuamota: en tu defensa,

 
   

por Hernando.

 

HIGUA.

 

¡Suerte impía!

 
   

¡Qué funesta recompensa!

 

ANAC.

 

Roguemos por él.

 

HIGUA.

 

¿A quién!

 

ANAC.

 

A Roldán.

 

HIGUA.

 

Primero muerta.

 

ANAC.

 

¿Tú le abandonas también?

 

HIGUA.

 

No le perdona, estad cierta.

 

ANAC.

 

Es intentarlo un deber;

 
   

si después no lo alcanzamos,

 
   

Higuamota, allí un Ser

 

(Señala al cielo.)

     
   

de quien todo lo esperamos.

 

(Acércanse a ROLDÁN, que está como abrumado por el peso de sus remordimientos.)

     
   

Roldán, Roldán.

 

ROLD.

 

¿Quién me llama?

 

ANAC.

 

¡Ah! Compasión de Mogica:

 
   

la humanidad la reclama,

 
   

Higuamota os lo suplica.

 

ROLD.

 

¿Pedís por él, Higuamota?

 

HIGUA.

 

Perdonadle, y os perdono.

 

ROLD.

 

Esa esperanza remota

 
   

me la ofrecéis con un tono...

 

ANAC.

 

Salvad, salvadle la vida.

 

ROLD.

 

¡Si del crimen hace alarde...!

 
   

No está la llama estinguida;

 
   

la rebelión vive y arde.

 
   

Yo pudiera perdonar,

 
   

aunque me ofende su furia:

 
   

magistrado, tolerar

 
   

fuera mengua tanta injuria.

 

HIGUA.

 

Madre mía, ¿no os lo dije

 
   

que Roldán nunca perdona?

 

ANAC.

 

Perdonad.

 

ROLD.

 

Mal se corrige

 
   

vuestra hija, Anacaona.

 
       

Escena VII.

     

DICHOS y DON RODRIGO.

     

ROD.

 

Señor Roldán, un momento.

 

ROLD.

 

Don Rodrigo, ¿qué sucede? (Ap. los dos.)

 

ROD.

 

Vino un rebelde, y ya hay ciento.

 
   

Casi creerse no puede.

 

ROLD.

 

¿Mas qué es ello? -Acabad presto.

 

ROD.

 

Que hay en el campo un motín.

 

ROLD.

 

¿Qué decís?

 

ROD.

 

Y manifiesto.

 
   

Gritan, chillan...

 

ROLD.

 

¿Pero en fin...?

 

ROD.

 

Gracia piden por Mogica.

 

ROLD.

 

Acabarais con el diablo.

 

ROD.

 

Si la gente se nos pica...

 

ROLD.

 

Mi casco. -Dadme el venablo.

 

(DON RODRIGO le da lo que pide.)

     
   

Rodrigo, que ellos me vean,

 
   

y sabréis si me obedecen.

 
   

Los que obstinados me sean,

 
   

antes del alba perecen.

 

(Echan a andar juntos y salen de la tienda: los versos siguientes los dice ROLDÁN en la puerta.)

     
   

Vos quedad velando aquí:

 
   

mas no entréis; que llorar puedan.

 

(Yéndose.)

     
   

Gracia piden... Para sí

 
   

quiera Dios se la concedan.

 

(ROLDÁN se va. -DON RODRIGO en la puerta.)

     
       

Escena VIII.

     

ANACAONA, HIGUAMOTA, EL INDIO.

     

HIGUA.

 

Ya respiro: no está aquí.

 

ANAC.

 

Volverá, Higuamota, en breve.

 

(EL INDIO examina cuidadosamente la tienda para certificarse de que no hay en ella persona alguna más que las dos interlocutoras.)

     

HIGUA.

 

Su presencia me acongoja:

 
   

ira, temor siento al verle.

 

ANAC.

 

No es muy cuerdo el irritarle,

 
   

ni me prueba que le temes.

 

HIGUA.

 

Yo no sé, madre del alma,

 
   

lo que con él me sucede:

 
   

temo su furia implacable;

 
   

pero a desprecio me mueve.

 

INDIO.

 

¿No ha de dignarse escucharme

 
   

la viuda de mi geje?

 

ANAC.

 

Mi esposo, nunca lo fue

 
   

de traidores cual tú eres.

 
   

Con el precio de la sangre

 
   

de la víctima inocente

 
   

corre lejos de Jaragua

 
   

donde nunca pueda verte.

 

INDIO.

 

El bien, acaso al delito

 
   

puede mucho parecerse.

 

HIGUA.

 

Tú eres digno de Roldán:

 
   

justo será que él te premie.

 

INDIO.

 

Joven, quisieron comprarme,

 
   

yo no he querido venderme.

 

ANAC.

 

Aléjate; con tu aliento

 
   

la flor que es pura no infestes.

 

INDIO.

 

Escúchame una palabra,

 
   

y después dame mil muertes.

 

ANAC.

 

¿Y qué dirás, que te abone?

 

HIGUA.

 

Si has de hablar, que sea muy breve.

 

INDIO.

 

Me llevaban a la hoguera...

 

ANAC.

 

¿Eres tú caribe y temes?

 

INDIO.

 

Tengo hijos...

 

ANAC.

 

¡Infeliz!

 

INDIO.

 

Que de estos brazos dependen.

 
   

Ese Roldán me ha engañado:

 
   

dijo que sólo a rebeldes

 
   

intentaba castigar;

 
   

paz con los indios, mil veces

 
   

me juró... Débil he sido,

 
   

y el castigo se me debe.

 
   

Yo propio me lo daré.

 

ANAC.

 

¿Y tus hijos?

 

INDIO.

 

Solos queden:

 
   

vale más no tener padre

 
   

que vergüenza de tenerle.

 

HIGUA.

 

¡Si te engañó...!

 

INDIO.

 

No hay perdón

 
   

al que traiciones comete.

 

ANAC.

 

Sí hay perdón; y tu cacique

 
   

por entero lo concede.

 

INDIO.

 

Viviré, pues me lo mandas;

 
   

mas otra gracia se atreve

 
   

a pretender mi osadía.

 

ANAC.

 

Acaba pronto, ¿qué quieres?

 

INDIO.

 

Dime, ¿viniste cautiva?

 

HIGUA.

 

¿Por voluntad te parece

 
   

que hay quien busque a Roldán?

 

INDIO.

 

¿Por fuerza os trajo el aleve?

 
   

¿Esta es la paz que me jura?

 
   

No morirá de otra muerte

 
   

que una flecha de mi mano.

 

ANAC.

 

Te perdonan: no te vengues.

 

INDIO.

 

Si la fuerza os trajo aquí,

 
   

fuerza y astucia se empleen

 
   

para salvaros.

 

ANAC.

 

Locura;

 
   

perecerá quien lo intente.

 

HIGUA.

 

Dejadle hablar, madre mía;

 
   

¿qué mal hay en que se pruebe?

 

ANAC.

 

Aquí en su tienda, Higuamota,

 
   

entre su pérfida hueste,

 
   

¿qué esperanza has de tener

 
   

que tus males no envenene?

 

INDIO.

 

No: la hija del cacique

 
   

mejor que tú me comprende.

 
   

Esos hombres de hierro

 
   

visten del pie hasta la frente,

 
   

terribles son en los llanos,

 
   

pero en los montes se pierden:

 
   

vuestra planta de los riscos

 
   

la costumbre tuvo...

 

HIGUA.

 

Y tiene;

 
   

sí, madre, y en las montañas

 
   

mi Guevara nos defiende.

 

ANAC.

 

Hija, ¿y salir de esta tienda?

 
   

Hay en su puerta quien vele.

 

INDIO.

 

Ese estorbo yo le quito.

 

ANAC.

 

Aunque eso fuer, hay más gente.

 

HIGUA.

 

¡Tú que siempre me alentabas,

 
   

madre mía, tanto temes!

 

ANAC.

 

No quisiera, por tu vida,

 
   

empeorar nuestra suerte.

 
   

Yo conozco de Roldán

 
   

el furor: si algo le enciende,

 
   

ni tu belleza te escuda,

 
   

ni por tu amor se contiene.

 

INDIO.

 

Muy oscura está la noche;

 
   

cercano al monte; y por ese

 

(Señalando a DON RODRIGO.)

     
   

no tengáis temor ninguno.

 

(Muestra un puñal.)

     

ANAC.

 

¡Asesinarle!

 

HIGUA.

 

No: vete.

 

(Retírase EL INDIO despechado, pero observa continuamente a DON RODRIGO, a quien se ve pasear por delante de la puerta.)

     

ANAC.

 

(A su hija.)

 
   

Poco bueno podrá ser

 
   

lo que en un crimen se empiece.

 

HIGUA.

 

Resignémonos, mi madre,

 
   

con lo que Dios nos ordene.

 

ANAC.

 

Tranquila está la conciencia;

 
   

vengan los males si quieren.

 
   

Tu madre no te abandona;

 
   

a Guevara el sol protege:

 
   

da gracias, hija del alma,

 
   

al Señor omnipotente;

 
   

él te libre de peligros,

 
   

y tu inocencia conserve.

 

HIGUA.

 

Tus palabras, madre mía,

 
   

a Higuamota fortalecen.

 
   

Digna de ti morir quiero

 
   

si ya está escrita mi muerte.

 

(Abrázanse y hablan entre sí. -El INDIO observa a DON RODRIGO.)

     

INDIO.

 

¡Ay del guerrero que escucha

 
   

los consejos de mugeres:

 
   

débil es en la ocasión

 
   

la que parece más fuerte.

 
   

-Mi obligación es salvarlas

 
   

del peligro, aunque les pese.

 

(Echa mano al puñal, y va a acometer a DON RODRIGO; pero mirando este, al pasar, a lo interior de la tienda, se contiene aquel, y cruza los brazos, quedando en actitud tranquila.)

     
   

Has alargado tu vida.

 

(Vuelve a pasar DON RODRIGO.)

     
   

Bien está: no puede verme.

 
   

Así, cristiano, te quiero:

 
   

otro paso más, y mueres.

 

(Da un salto, coge por la espalda a DON RODRIGO, con el brazo izquierdo le tapa la boca, al propio tiempo le clava el puñal en la garganta, y después lo deja en el suelo de manera que haga el menor ruido posible. -En seguida, y con el puñal en la mano, se acerca a ANACAONA y HIGUAMOTA.)

     

INDIO.

 

Presto al monte todos tres.

 

HIGUA.

 

¡Monstruo! ¿Al fin le diste muerte?

 

INDIO.

 

Cuantos halle aquí Roldán,

 
   

sin otra culpa perecen.

 

ANAC.

 

Malvado, por tu delito.

 

INDIO.

 

Tiempo habrá de que le vengues:

 
   

salva a Higuamota contigo:

 
   

desierto el campo parece;

 
   

de mí harás en las montañas

 
   

lo que a cuento te viniere.

 

ANAC.

 

Huyamos pues: no hay remedio.

 

HIGUA.

 

¡Dios de Guevara, protege

 
   

a su madre y a su esposa!

 

INDIO.

 

Prisa y silencio. -Si os sienten...

 

(Vanse. -Cae el telón.)

     

Cuadro quinto.

       

La escena en la plaza de Jaragua, formada por grandes árboles y las rústicas habitaciones de los indios, entre ellas las de ANACAONA, mayor y construida con esmero. -En el foro un anfiteatro de céspedes, con dos asientos preeminentes.

     
       

Escena primera.

     

ANACAONA y GUARIONÉS en los asientos preeminentes; LOS CACIQUES en los restantes; EL CAPITÁN en pie en el proscenio.

     

GUAR.

 

Te escucha el consejo de nobles caciques:

 
   

¿qué pide, qué quiere, qué intenta Roldán?

 

CAPIT.

 

Intenta que el indio no rompa los diques

 
   

de aquellos que al yugo sujetos están.

 

GUAR.

 

Si abusas, guerrero...

 

CAPIT.

 

Si abuso, mi espada...

 

ANAC.

 

(A GUARIONÉS.)

 
   

¡Cuál ímpetu loco, tu lengua movió!

 
   

Estáis en Jaragua, yo soy la agraviada.

 
   

Hablad, castellano.

 

CAPIT.

 

Roldán me mandó,

 
   

señora, a esplicarme con vos en su nombre:

 
   

pensó que era fácil tratar la amistad;

 
   

y os hallo dispuesta, por más que me asombre,

 
   

tan mal...

 

ANAC.

 

¿Quién lo dice?

 

CAPIT.

 

Los hechos: mirad.

 

(Señala a GUARIONÉS.)

     
   

Contemplo sentado junto a ANACAONA

 
   

al fiero enemigo del nombre español...

 

GUAR.

 

A aquel que de libre, de bravo blasona;

 
   

que sólo se humilla, soldado, ante el Sol.

 
   

Yo soy el que aún puede llamarse caribe.

 

GUAR.

 

No cuenta el guerrero los días que vive,

 
   

sino los contrarios que mira a sus pies.

 

CAPIT.

 

Es fuerza, señora, que al campo me vuelva,

 
   

no debo sus necias bravatas oír.

 

ANAC.

 

Si nada habéis dicho, ¿queréis que resuelva...?

 

CAPIT.

 

Estando él presente no debo decir.

 

(ANACAONA mira a GUARIONÉS manifestando perplejidad; el cacique examina a los demás, y viéndolos abatidos se levanta.)

     
   

En ti no me asombra, que débil naciste.

 

(A LOS CACIQUES.)

     
   

Vosotros ya ha tiempo que el yugo sufrís;

 
   

mi cuello doblarse a la infamia resiste.

 
   

Os dejo, y me venga la paz que pedís.

 

(A ANACAONA.)

     
   

Muger desdichada, tu miedo te engaña;

 
   

tú propia apresuras la suerte fatal.

 
   

Te entregas inerme del monstruo a la saña;

 
   

Roldán nunca olvida; veraslo en tu mal.

 

(Al CAPITÁN.)

     
   

Y tú, cuando vuelvas, dirasle que has visto

 
   

al indio que burla su ciego furor;

 
   

que vivo; y que en tanto que viva, resisto

 
   

que siembre mis montes de luto y de horror.

 

(Vase: algunos CACIQUES le siguen: el 1.º, el 2.º y otros permanecen con ANACAONA.)

     
       

Escena II.

     

DICHOS, menos GUARIONÉS.

     

CAPIT.

 

La muerte te espera muy pronto, insensato:

 
   

serás como paja que el viento arrastró.

 
   

En fin, en su ausencia posible es el trato.

 
   

Oíd: vuestra ofensa, Roldán perdonó.

 
   

Olvida que disteis amparo a Mogica,

 
   

pues ya en el suplicio pagó su traición;

 
   

también que la sangre de un noble salpica

 
   

su tienda, y que fuisteis del mal la ocasión.

 
   

Olvida que evita su muerte Guevara;

 
   

y ni aun quien le esconde pretende saber.

 
   

¿Y cuándo perdona? -Cuando le bastara

 
   

para vuestra ruina tan sólo querer.

 
   

¿Pensáis que los indios que os cercan acaso

 
   

un solo momento tuvieran ante él?

 
   

¡Locura! -Ni estorbo le fueran al paso.

 
   

Mil pruebas, y alguna tenéis muy cruel.

 
   

Pues hora el alcalde con paz os convida:

 
   

dejad vuestras armas, no hay más condición.

 
   

Tenéis en la mano la muerte y la vida,

 
   

la ruina o ventura de vuestra región.

 

ANAC.

 

Roldán con la ofensa de su fuerza exagera:

 
   

sabemos del fuego las llamas sufrir;

 
   

si el indio no es hierro, tampoco es de cera,

 
   

y el hierro de España no impide el morir.

 
   

La paz que propones, aquí la anhelamos:

 
   

caciques, las armas debemos dejar.

 

CACIQ. 1.º

 

En ti, en su palabra la vida fiamos.

 

CACIQ. 2.º

 

La paz por sus dioses nos venga a jurar.

 

ANAC.

 

Venga: si me engaña, tendrá en su conciencia

 
   

un juez inflexible, que nadie engañó.

 

CAPIT.

 

Al punto, señora, será en tu presencia;

 
   

cercano a tu corte, de mí se apartó.

 
       

Escena III.

     

DICHOS, menos EL CAPITÁN.

     

(ANACAONA y LOS CACIQUES dejan sus asientos.)

     

ANAC.

 

No más guerra. -¡Pobre pueblo,

 
   

tú sufres sus males solo!

 
   

Arriesguémonos por él,

 
   

pues se lo debemos todo.

 
   

Id, amigos: que las armas

 
   

dejen, que cese el enojo;

 
   

vuelva otra vez a alegría

 
   

a contemplarse en los rostros.

 
   

Disponed algunas fiestas

 
   

en muestra del alborozo.

 
   

Gozad, gozad, mientras yo,

 
   

desdichada madre, lloro.

 

(Vanse LOS CACIQUES.)

     
       

Escena IV.

     

ANACAONA.

     
   

¡Ay mísera de mí!, ¡cuán sin ventura

 
   

nací para los males destinada!

 
   

¡Prenda del alma mía,

 
   

hija de mis entrañas,

 
   

en qué tremendo, inolvidable día,

 
   

vinieron para ti gentes extrañas!

 
   

Tú vagas hoy... No vagas, no, que huyes

 
   

con tu esposo adorado en esta tierra,

 
   

donde nacer te vieron,

 
   

donde en la rica cuna

 
   

tributos los caribes te rindieron.

 
   

¡Triste mudanza, mísera fortuna!

 
       

Escena V.

     

ANACAONA y EL INDIO.

     

INDIO.

 

¿Anacaona, es verdad?

 
   

Apenas creo a mis ojos.

 

ANAC.

 

¡Eres tú! -¿Dónde los dejas?

 
   

¿Cómo te miro tan pronto?

 

INDIO.

 

Están seguros, señora;

 
   

pero...

 

ANAC.

 

¿Higuamota y su esposo

 
   

ya llegaron a Isabela?

 
   

¿Cuándo será su retorno?

 

INDIO.

 

Antes de ocultarse el sol

 
   

los verás.

 

ANAC.

 

¡O dicha, o gozo!

 
   

Colón, sin duda, a Guevara

 
   

dio su perdón generoso.

 

INDIO.

 

Sí perdonó por tu nombre.

 
   

Quité la máscara al monstruo,

 
   

conócele el almirante,

 
   

y le castiga, supongo,

 
   

pues Guevara trae soldados...

 

ANAC.

 

Así es Colón, le conozco:

 
   

con los pérfidos severo,

 
   

con los débiles piadoso.

 
   

Pide albricias, mensagero,

 
   

y dispón de mis tesoros.

 

INDIO.

 

¿Pero son tuyos aún?

 

ANAC.

 

¿Qué preguntas? ¿Estás loco?

 

INDIO.

 

¿Eres libre? ¿Eres esclava?

 
   

Háblame, que estoy absorto.

 
   

Guarionés salió de aquí,

 
   

ya Roldán no encuentra estorbo...

 

ANAC.

 

Vendrá a jurarme la paz.

 

INDIO.

 

Del cordero con el lobo.

 

ANAC.

 

Ya Guevara perdonado,

 
   

¿por qué temerle?

 

INDIO.

 

Furioso,

 
   

más cruel que nunca fue,

 
   

le tendrás con verle solo.

 

ANAC.

 

Si él falta a sus juramentos,

 
   

yo no soy quien me deshonro.

 

INDIO.

 

Anacaona, preveo

 
   

de tu Jaragua el destrozo.

 

ANAC.

 

Mis hijos vienen.

 

INDIO.

 

Tardarse

 
   

pueden: implora el socorro

 
   

de Guarionés. -No te engañes,

 
   

Roldán vive para el odio;

 
   

imagina que pudiera

 
   

sin tu esfuerzo ser dichoso.

 
   

Si sabe que de Higuamota

 
   

para siempre dueño es otro,

 
   

¿qué le resta? -La venganza,

 
   

que prefiere acaso al trono.

 

ANAC.

 

Aunque Roldán no sea bueno,

 
   

pondrá a los crímenes coto;

 
   

ni dará por mi desdicha

 
   

en un punto honra y decoro.

 
   

Resuelta estoy, ya lo dije,

 
   

y lo pactado no rompo.

 

INDIO.

 

Acuérdate de Mogica.

 

ANAC.

 

¡Infeliz!, su muerte lloro,

 
   

pero yo no fui rebelde,

 
   

y al suplicio no me espongo.

 

INDIO.

 

Roldán viene: un solo instante

 
   

resta no más.

 

ANAC.

 

Huye pronto:

 
   

si llega a verte...

 

INDIO.

 

¿Rehúsas?

 

ANAC.

 

Vete: sí.

 

INDIO.

 

No sepa el monstruo

 
   

la venida de Guevara,

 
   

o te servirá muy poco. (Vase.)

 
       

Escena VI.

     

ANACAONA. ROLDÁN. EL CAPITÁN. MARTÍN. LOPE. EL AVENTURERO. CACIQUES. SOLDADOS. AVENTUREROS. PUEBLO INDIO.

     

ANAC.

 

Llega, Roldán: inerme está Jaragua;

 
   

en tu sola palabra se confía.

 

ROLD.

 

Yo conozco a Jaragua, Anacaona:

 
   

sé quien en ella la discordia atiza;

 
   

su instante llegará. La paz otorgo

 
   

por el bien de ese pueblo, que me inspira

 
   

más que odio, compasión, y no pretendo

 
   

que entero le castigue mi justicia.

 

ANAC.

 

Lo que pasó dejemos al olvido:

 
   

celebremos la paz.

 

ROLD.

 

Será otro día:

 
   

primero los culpables se castiguen.

 
   

Pendiente está sobre ellos la cuchilla:

 
   

ya es tiempo, Anacaona, de que cese

 
   

la impunidad que alienta a la perfidia;

 
   

es tiempo, en fin, que la traición oculta

 
   

por tanto crimen galardón reciba.

 

ANAC.

 

¡Qué lenguaje, Roldán! -¿Será posible

 
   

que vengues...?

 

ROLD.

 

No se venga el que castiga.

 

ANAC.

 

¿Con qué derecho aquí? La paz juraste:

 
   

¿no tienes el romperla por mancilla?

 

ROLD.

 

Roldán aún no ha jurado; mas no intenta

 
   

romper la paz porque también suspira.

 

ANAC.

 

¿Por qué entonces Roldán nos amenaza?

 
   

Habla, sepamos el tremendo enigma.

 

ROLD.

 

Si tú inocente estás, ¿por qué alarmarte?

 

ANAC.

 

Bástame mi inocencia a estar tranquila,

 
   

mas tiemblo por mi pueblo.

 

ROLD.

 

¡Por tu pueblo!

 
   

Tú y él sois ya vasallos de Castilla.

 
   

En nombre del monarca castellano

 
   

justicia por mi mano se administra.

 
   

La paz, cuando se ajusta con rebeldes,

 
   

al motor de la muerte nunca libra;

 
   

y, abreviemos razones, voy al puno,

 
   

sin que palabras necias me lo impidan,

 
   

a cortar de una vez tamaños males

 
   

segando la garganta de la hidra.

 

(Vuelto hacia sus SOLDADOS, que rodean a los indios.)

     
   

Si una voz se levanta, si hay quien ose,

 
   

soldados, oponerse a la justicia,

 
   

armas tenéis, y os manda vuestro alcalde

 
   

que pague el delincuente con la vida.

 

ANAC.

 

Roldán, desde la bóveda celeste

 
   

el Supremo Hacedor te escucha y mira:

 
   

no creas que el perjurio deje impune.

 

ROLD.

 

Ni temo imprecaciones, ni me irritan

 
   

denuestos de vencidos y mugeres.

 
   

Bien sabes que sirvieron a Mogica

 
   

los que me dijo airado en tu presencia.

 

ANAC.

 

¿Y puedes evitar que te persiga

 
   

su ensangrentada sombra, como acaso

 
   

perseguirá al traidor la airada mía?

 

ROLD.

 

¿Quién dijo, Anacaona, que te espera

 
   

la suerte del menguado?

 

ANAC.

 

¿Quién? -Tu ira.

 

ROLD.

 

Bien pudieras decir que tu conciencia

 
   

que la sentencia justa profetiza.

 

ANAC.

 

En fin, Roldán, acaba. -Desarmados

 
   

los míos, es forzoso que se rindan.

 
   

¿Qué dispones de mí? -¿Cuál es mi suerte?

 
   

Piensa que al responder tú propio dictas

 
   

el juicio que a tu nombre y a tu pueblo

 
   

en la futura edad tal vez se escriba.

 

ROLD.

 

Tu suerte la sabrás, muy en breve.

 
   

Cómplices tuvo en su traición Mogica;

 
   

tú fuistes uno de ellos: lo perdono.

 
   

Guevara se salvó: Roldán lo olvida;

 
   

pero hay un crimen más, un crimen horrendo

 
   

que no admite perdón y se castiga.

 
   

Españoles, oíd: cuando engañosa

 
   

nos llama la cacique en paz mentida,

 
   

¿sabéis con cuál banquete nos festeja?

 
   

Id al monte, y veréis la turba impía

 
   

con que del torvo Guarionés la saña

 
   

prepara en esta noche nuestra ruina.

 

(Murmullo de indignación entre los españoles. -Señales de abatimiento en los indios.)

     

ANAC.

 

Mintió: no le creáis. Su lengua infame

 
   

cómplices busca, velo a su perfidia.

 

ROLD.

 

Insultos no son pruebas. Las montañas

 
   

dirán quién de los dos habló mentira.

 

CAPIT.

 

(A los españoles.)

 
   

Guarionés aquí estaba cuando vine.

 

MART.

 

Nos venden ,sí.

 

LOPE.

 

Matemos a la india.

 

(Nuevos murmullos.)

     

ROLD.

 

no, compañeros, no: probar conviene

 
   

antes de castigarla su ignominia.

 

ANAC.

 

¿A una muger, Roldán! -Eres cobarde.

 
   

-Mirad que ese traidor os alucina;

 
   

que servís de instrumento a su venganza.

 

VOCES.

 

Muera.

 

OTRAS.

 

Matarla, sí.

 

ANAC.

 

No hay quien lo impida.

 
   

Clavad vuestros puñales en mi pecho

 
   

de mi indefenso pueblo aquí a la vista.

 

ROLD.

 

Basta ya: nadie a tocarte será osado:

 
   

la hora de tu juicio se aproxima.

 
   

Llevadla a su mansión.

 

(Movimiento en los indios.)

     
   

Si alguien resiste,

 
   

enséñenle obediencia vuestras picas.

 

(Llegándose a ANACAONA, y a ella sola.)

     
   

Tu suerte está en mi mano: aún hay en medio

 
   

que te puede salvar. -Tú lo medita.

 

(ANACAONA le mira con desprecio y entra en su casa, siguiéndola LOS SOLDADOS.)

     
       

Escena VII.

     

DICHOS, menos ANACAONA.

     

ROLD.

 

Tomad la escuadra que dejé en la entrada,

 
   

y observad de los indios la guarida.

 

CAPIT.

 

Lo haré; ¡y ay de ellos si bajar al llano

 
   

intenta su frenética osadía! (Vase.)

 

ROLD.

 

(A un AVENTURERO.)

 
   

Id vos, y los que cercan a Jaragua

 
   

mirad si cual conviene la vigilan.

 
   

Permaneced allí: muerte y estrago

 
   

sembrad si alguno contra Nos conspira.

 

(Retírase, saludando, EL AVENTURERO. -ROLDÁN dirige la palabra a los indios.)

     
   

Nada temáis vosotros: contra el pueblo

 
   

que español como yo se apellida,

 
   

no quiero, aunque culpable se ha mostrado,

 
   

que el hierro vengador mi mano esgrima.

 
   

Marchad a vuestras casas, mientras recto

 
   

su fallo el juez a los culpables dicta.

 

(Empieza el pueblo a salir de la escena.)

     
   

Seguidlos, Lope: si la ley desprecian

 
   

sobre ellos caiga el peso de mis iras.

 

(LOPE sigue al pueblo con algunos SOLDADOS. LOS CACIQUES van a retirarse; ROLDÁN hace seña a MARTÍN, que con algunos SOLDADOS se lo impide.)

     
   

Vosotros no, caciques: sólo al pueblo

 
   

el perdón concedido se limita.

 
   

No es bien que a los fautores deje impunes;

 
   

y vosotros lo sois. Pronta justicia

 
   

prometo al inocente, a fe de honrado:

 
   

el criminal despídase a la vida.

 
   

Pero un medio le queda de hallar gracia

 
   

al culpable también. Si franco esplica

 
   

los motores del mal, yo le perdono.

 
   

Una hora os doy de plazo: si ella espira

 
   

sin que cumpláis la condición impuesta,

 
   

caerá sobre vosotros la cuchilla.

 

(A MARTÍN)

     
   

Marchad con ellos vos: cumplido el plazo,

 
   

responde esa cabeza del que exista.

 

(Vase MARTÍN con LOS SOLDADOS, escoltando a LOS CACIQUES. -Queda sólo un centinela en la puerta de la casa de ANACAONA.)

     
       

Escena VIII.

     

ROLDÁN.

     
   

Roldán, no te quisieron como amigo;

 
   

pues bien, como enemigo te resistan.

 
   

Venganza, sí, terrible y espantosa,

 
   

venganza que a mí propio me horroriza,

 
   

pero que puede sola compensarme

 
   

el trono que esos pérfidos me quitan.

 
   

Lo perdí para siempre: fue un ensueño,

 
   

un rayo de esperanza y de alegría,

 
   

brillante exhalación que en noche oscura

 
   

luce, y fugaz en humo se disipa.

 
   

¡Súbdito de Colón...! No hay ya remedio.

 
   

Colón, tu nombre a mi venganza sirva.

 
   

¿Por qué desesperar? -Tengo en mi mano

 
   

un resto de esperanza, leve chispa

 
   

del fuego que cesó: tal vez con ella

 
   

la llama antigua a mi poder reviva.

 

(Acércase a la casa de ANACAONA y hace retirarse al centinela.)

     
       

Escena IX.

     

ROLDÁN. ANACAONA.

     

ROLD.

 

Venid, señora, aquí.

 

ANAC.

 

(Saliendo.) Roldán, ¿qué quieres?

 

ROLD.

 

Que de tu propia suerte tú decidas;

 
   

que escuches una vez, sin prevenciones,

 
   

de la razón en fin la voz amiga.

 

ANAC.

 

Nunca negué el oído a tus palabras.

 

ROLD.

 

Sí fueron escuchadas, no creídas.

 

ANAC.

 

Una vez las creí, y harto me pesa.

 

ROLD.

 

Tu orgullo es quien tus pasos precipita;

 
   

ese indomable orgullo te ha perdido.

 

ANAC.

 

Mi buena fe me pierde y tu perfidia.

 

ROLD.

 

Refrena, Anacaona, tus palabras:

 
   

Roldán es aquí dueño, leyes dicta:

 
   

¿quién puede resistirse a sus preceptos?

 

ANAC.

 

No ignoro que eres dueño de mi vida.

 

ROLD.

 

Si tal sabes, es locura insultarme.

 

ANAC.

 

Quien va a morir, hablando no peligra.

 

ROLD.

 

¿A morir? ¿Y por qué? -Tan implacable

 
   

no soy, Anacaona. -¡Qué te admiras!

 
   

Me juzgaste muy mal: severo he sido

 
   

tan sólo con el pérfido Mogica.

 
   

Rebelde fue, y no a mí: del almirante,

 
   

del excelso monarca de Castilla

 
   

menospreció la autoridad suprema:

 
   

con muerte tal delito se castiga.

 

ANAC.

 

¡Y nosotros, Roldán!

 

ROLD.

 

Vosotros fuisteis

 
   

cómplices de su crimen.

 

ANAC.

 

No: mentira.

 

ROLD.

 

¿No le amparasteis?

 

ANAC.

 

No.

 

ROLD.

 

¡Cómo! ¿En Jaragua

 
   

no estuvo?

 

ANAC.

 

Sí.

 

ROLD.

 

Pues bien, ¿qué me replicas!

 

ANAC.

 

Te digo que los indios son esclavos;

 
   

a la fuerza es razón que el cuello rindan.

 
   

Culpa tuya será si te vencieron:

 
   

venciendo, nuestro dueño fue Mogica.

 
   

Os querelláis vosotros, y en los indios

 
   

cargáis vuestro furor, cebáis las iras...

 

ROLD.

 

Inútil razonar: lo que te importa

 
   

es ver cómo te salvas a ti misma.

 

ANAC.

 

¿No basta mi inocencia?

 

ROLD.

 

Estás culpada.

 

ANAC.

 

¿La prueba?

 

ROLD.

 

Que a un rebelde das tu hija.

 

ANAC.

 

Le he dado esposo noble y que la adora.

 

ROLD.

 

¡Esposo!

 

ANAC.

 

Sí: lo tiene.

 

ROLD.

 

¡Maldecida!

 

(Breve pausa. -El furor ahoga a ROLDÁN.)

     
   

¿Su esposo es ya Guevara?

 

ANAC.

 

Para siempre.

 

ROLD.

 

¡Y yo para mi esposa la quería!

 

ANAC.

 

Nunca te amó, Roldán: fueran con ella

 
   

infeliz.

 

ROLD.

 

¿Qué te importa mi desdicha?

 
   

Ya no puedes dudar de tu sentencia.

 

ANAC.

 

Tu fama muere al punto que la firmas.

 

ROLD.

 

Marcha; no mas, no más: no quiero oírte.

 

ANAC.

 

Tu víctima te escucha muy tranquila.

 

ROLD.

 

Sí, lo serás, muger de infausto agüero,

 
   

estorbo a mis proyectos, furia impía.

 
   

Obstáculo constante a mi ventura,

 
   

implacable, solícita enemiga.

 
   

Los dos juntos, jamás: Roldán perezca,

 
   

o tu garganta la segur divida.

 

ANAC.

 

El cielo vengador del inocente

 
   

te pedirá, Roldán, la sangre mía.

 

ROLD.

 

Basta de hablar. -¡Soldados! Custodiadla:

 

(Salen cuatro SOLDADOS.)

     
   

de ella me respondéis con vuestra vida.

 

(Conducen a ANACAONA a su casa: entra con dos SOLDADOS, y quédanse dos a la puerta.)

     
       

Escena X.

     

ROLDÁN y LOS SOLDADOS.

     

ROLD.

 

(A uno.)

 
   

Quedad vos a esa puerta: no entre nadie.

 

(A otro.)

     
   

Llamadme al punto al capitán García.

 

(Vase EL SOLDADO.)

     
   

¡Esposo ya de Higuamota! -Anacaona,

 
   

no yo, tú propia tu sentencia dictas.

 
   

Guevara, eres feliz..., por poco tiempo:

 
   

tranquilo no has de estar mientras yo viva.

 
   

Morirá: nada arriesgo en la venganza

 
   

que encubro con el manto de la justicia.

 
   

¡Dueño de su beldad, de sus tesoros,

 
   

eterno objeto para mí de envidia...!

 
   

Nunca, nunca será: Guevara, tiembla;

 
   

llegado es el momento de tu ruina.

 
       

Escena XI.

     

ROLDÁN. MARTÍN.

     

ROLD.

 

Y bien, ¿han confesado esos traidores?

 

MART.

 

Tenaces al principio, resistían.

 

ROLD.

 

¿Dicen que es ella, en fin, quien los incita?

 

MART.

 

Dos lo han dicho, señor.

 

ROLD.

 

Eso me basta.

 
   

Hacedlos conducir aquí en seguida.

 

(Vase MARTÍN)

     
   

La ley te mata y venga mis agravios.

 
   

Contigo, acaso, muere mi desdicha.

 

(Acércase ROLDÁN al centinela, habla con él, y entra en la casa de ANACAONA. -Después de un breve espacio, durante el cual Roldán se pasea con impaciencia, entra MARTÍN con SOLDADOS conduciendo a LOS CACIQUES 1.º y 2.º: los que custodiaban a ANACAONA salen con ella de la casa: ROLDÁN ocupa el asiento preeminente del anfiteatro.)

     
       

Escena XII.

     

ANACAONA. ROLDÁN. CACIQUE 1.º. CACIQUE 2.º MARTÍN y SOLDADOS.

     

ROLD.

 

Cacique de Jaragua, tu delito

 
   

probado está: tus cómplices lo digan.

 

ANAC.

 

¡Ellos también me acusan! Imposible.

 

CACIQ. 1.º

 

¡El tormento...!

 

CACIQ. 2.º

 

Qué hablaba no sabía.

 

ROLD.

 

Es tarde ya: dijisteis, y está escrito.

 
   

Estás como rebelde convencida:

 
   

la pena de tu crimen es la muerte:

 
   

te la impone Roldán: vas a sufrirla.

 

ANAC.

 

El cielo, que conoce mi inocencia,

 
   

piadoso allá en su seno me reciba.

 

(LOS CACIQUES sollozando se arrojan a sus pies; ella los levanta.)

     

CACIQ. 1.º

 

¡Perdón!

 

ANAC.

 

Alzad.

 

CACIQ. 2.º

 

Perdón a mi flaqueza.

 

ANAC.

 

No es ella quien me mata. Ese homicida,

 
   

deshonra de su patria, vil verdugo,

 
   

venga en la madre agravios de la hija.

 
   

A mi pobre Higuamota os encomiendo:

 
   

preservadla del tigre, Dios la libra.

 
   

Buscadla, amigos, sí: que yo, decidla,

 
   

pensé en ella no más en este instante,

 
   

en ella, mi tesoro...

 

(En ese momento se presentan GUEVARA e HIGUAMOTA, guiadas por el indio, que les señala a ROLDÁN y a ANACAONA. -Síguenles SOLDADOS de GUEVARA, EL CAPITÁN, LOPE y AVENTUREROS.)

     
       

Escena XIII.

     

ROLDÁN. ANACAONA. GUEVARA. HIGUAMOTA. EL INDIO. LOS CACIQUES. EL CAPITÁN. MARTÍN. LOPE. AVENTUREROS. SOLDADOS.

     

HIGUA.

 

(Arrojándose en los brazos de su madre.)

 
   

¡Madre!

 

ANAC.

 

¡Hija!

 

ROLD.

 

(Bajando de su asiento.)

 
   

¡Higuamota!

 

HIGUA.

 

Malvado, al fin no triunfas.

 

ROLD.

 

(A los suyos.)

 
   

¡Los rebeldes!, ¡traición! (A GUEVARA.) Ya no te libras.

 

GUEV.

 

Tú eres, Roldán, quien hoy de tanto crimen

 
   

la sangrienta carrera al fin terminas.

 
   

Soldados, de Colón vuestro almirante

 
   

respetad los preceptos.

 

(Entrega al CAPITÁN un pergamino con sello. MARTÍN, LOPE y LOS AVENTUREROS rodean al CAPITÁN, que les muestra el pergamino.)

     

CAPIT.

 

Es su firma.

 

GUEV.

 

Inútil fuera resistir: mi hueste...

 

(Muéstrales con la mano sus soldados, que los han cercado. EL CAPITÁN le devuelve el pergamino.)

     

CAPIT.

 

Al nombre de Colón todo se humilla.

 

(Señales de adhesión en los demás; ROLDÁN aterrado observa los semblantes.)

     

ROLD.

 

¿Me abandonáis, cobardes, fementidos?

 

GUEV.

 

Obedecen la ley: tú que la aplicas

 
   

severo a los demás, muestra que sabes

 
   

cuando te toca a ti, también cumplirla.

 
   

Las armas.

 

ROLD.

 

¡Cómo! ¡Preso! ¿Quién lo ordena?

 

(GUEVARA le entrega el pergamino, que él examina.)

     
   

(Lee.) «Guevara el pueblo de Jaragua rija...»

 
   

«Roldán puesto en prisión...» (¡Hay desventura!)

 
   

«Cuenta de su gobierno al punto rinda...»

 

(En tanto que lee ROLDÁN, GUEVARA oye a ANACAONA con visibles señales de indignación: al acabarse la lectura GUEVARA corre a ROLDÁN y le arranca la espada, al propio tiempo que algunos SOLDADOS de los de aquel cercan a este.)

     

GUEV.

 

No hay perdón a su crimen.

 

HIGUA.

 

Vida mía,

 
   

nunca fuiste cruel.

 

GUEV.

 

¡Por él me ruegas!

 

ANAC.

 

Sí, rogamos por él, aunque a mi vida

 
   

quiso atentar el monstruo. Yo me vengo,

 
   

Guevara, suplicándote que viva.

 
   

Huya de aquí el malvado: no emponzoñe

 
   

el gozo que sentimos con su vista,

 
   

y lleve por castigo en la conciencia

 
   

el fuego que devora al homicida.

 

HIGUA.

 

Sírvale de tormento su ventura:

 
   

dogal lleva bastante con su envidia.

 

ROLD.

 

¡Oh! Mátame, Guevara: te lo ruego.

 

GUEV.

 

No, Roldán: ya lo oíste, es bien que vivas.

 
   

Una muger te enseña a ser valiente,

 
   

una muger, Roldán, sabia te humilla.

 
   

Guevara te perdona: vive, y pueda

 
   

perdonarte también en su divina

 
   

clemencia el alto Dios. Llevadle, amigos;

 
   

hoy mismo parta a la española orilla.

 

(Algunos SOLDADOS se llevan a ROLDÁN.)

     
       

Escena última.

     

DICHOS, menos ROLDÁN.

     

ANAC.

 

Guevara, el perdonar es ser del cielo

 
   

ministro en los confines de la tierra.

 
   

Partió Roldán: tendamos denso velo

 
   

sobre el pasado mal, cese la guerra.

 
   

Hernando, mi Higuamota, mi consuelo,

 
   

en vosotros no más mi bien se encierra.

 
   

¡Ah!, ya puedo esperar tranquilamente

 
   

que me llame ante sí el Omnipotente.

 

HIGUA.

 

Pues que sucede, en fin, plácida calma

 
   

del terrible huracán a la violencia,

 
   

sólo a hacerte feliz, madre del alma,

 
   

consagraremos ambos la existencia.

 
   

No aspira mi Guevara ya a otra palma

 
   

que a imitar tu virtud y tu prudencia;

 
   

sí, mi filial amor y su ternura

 
   

harán, madre adorada, tu ventura.

 

GUEV.

 

Sí, mi bien, sí, mi madre, claro brilla

 
   

un astro de ventura en el oriente;

 
   

ya del nombre español, vil no mancilla

 
   

un pérfido la gloria refulgente.

 
   

Soldados, el monarca de Castilla

 
   

su hueste quiere ver justa y valiente:

 
   

no es digno el que en los débiles se ensaña

 
   

del nombre del honor de nuestra España.

 

FIN DEL DRAMA.